1Ju 3,11-21; Sal 99; Ju 1,43-51

¿Qué es lo que sabemos de esa manera? Que hemos pasado de la muerte a la vida. Que cumplimos el mensaje que hemos oído desde el principio. Si no amas, perteneces a la muerte. Si no amo, pertenezco a la muerte. Y ¿cómo amar?, ¿cómo conocer el amor? Fíjate, no es cuestión ni tuya ni mía ni nuestra. Fue él quien dio su vida por nosotros, y por eso nosotros podemos amar a nuestros hermanos. Su muerte fue un acto de amor de tal calibre, que se transmite a nosotros el amar con el que nosotros amamos. ¿No daremos nuestra vida por nuestros hermanos? Pues bien, eso es amar. Porque el amar no está en nuestro parlotear sin descanso ni en las palabrinas con las que nos quedamos contentos. El amar es cosa de acciones de amor. Acciones verdaderas de amor. El amar es cuestión de obras. ¿Obras que salen de ti o de mí? Así es, pero son obras que rezuman en nosotros el amor que él nos tiene. En su muerte en la cruz por nosotros, amamos nosotros a los demás. Su corazón rebosa amor, para que nosotros amenos con ese su amor de plenitudes. ¿Qué?, ¿nos quedaríamos como coitadiños pensando, certeramente, que de nosotros no pueden salir obras de amor? Sí, es verdad, caso de que estiremos de nuestras hechuras para que sean de amor. No, así no. Solo saldrán de nosotros obras de amor si hemos recibido en nuestro corazón, procedente del suyo, el amor que llena nuestra mirada cuando le miramos clavado en la cruz, más aún, cuando vemos cómo salen de su costado muerto el agua y la sangre de nuestra salvación. Entonces será cuando de ti y de mi y de nosotros borboteen obras de amor. Obras que pendiendo de nosotros, son suyas, dependen de él. ¿Cómo quedaríamos en la mala conciencia de que de nosotros no pueda salir obra buena? Cuando queramos arrancarla de nosotros como cosa nuestra, tendremos razón, porque nuestra conciencia nos condenaría. ¡Ah!, mas cuando nuestra obras, siendo nuestras, son suyas, proceden de él, entonces, ¿nos condenaría nuestra conciencia? Sus obras son nuestros amores. Esta es la razón de que también nosotros hagamos obras de amor. Porque las cosas son de este modo, entraremos por sus puertas, porque somos del Señor, su pueblo y ovejas de su rebaño. Démosle gracias y bendigamos su nombre.

Sígueme, dice a Felipe. Y luego te llama a ti, y a mí. Sígueme. Ven conmigo y tus obras serán de amor. ¿De Nazaret puede salir algo bueno?, ¿las cosas buenas no se nos dan en los lugares importantes y por personas llenas de enjundia y manteca? Ven y verás. Siempre necesito que alguien me anime. Ver el camino de su seguimiento. No que alguien me empuje, sino que vea su caminar derecho tras el Señor. Ven y verás me dice Felipe, como antes a Andrés y Pedro. Sin ese imperativo de Felipe que me señala el futuro, ni me habría enterado. Son las circunstancias que el Señor pone en mi propia vida. Necesito que alguien comience, de manera que en él vea la posibilidad real de acercarme a Jesús, y, yendo, verle. Yo, como Natanael, estaba bajo la higuera ensimismado en mis cosa, y ni me di cuenta de la presencia de Jesús. Es allí donde él me ve, y yo, levantando mi mirada, le veo. Vivía en el sueño de Jacob, y veré a los ángeles de Dios subir y bajar sobre Jesús.