1Ju 4,19-5,4; Sal 71; Lc 4,14-22a

San Juan de la Cruz en la lectura del día de su fiesta hablaba de las espesuras. Espesuras y sabiduría de las riquezas de Dios, a las que se entra por las espesuras del padecer de muchas maneras, y en eso encuentra el alma su consolación y deseo. Espesura de la cruz en la que se adentra el alma que de veras desea la sabiduría divina. Hermosísima palabra: espesura. Porque las cosas de Dios, bueno, en realidad, nada se nos da en la planicie de una superficie tersa y fácil, que contiene escritos los relatos o, incluso, las leyes del universo, sino en las arrugas del espesor, en las espesuras del Dios que es, o del complejo ser de las cosas y de nosotros mismos. Nada es sin espesor; sin su espesor. No sería ni justo ni hermoso hablar de complejidad, ¿no es mejor espesor y espesuras? Nada es un hilo en el que vamos engranado una tras otra las perlas del collar. Todo, las cosas de Dios, las nuestras y las de la enteridad del mundo, se nos da en un ir y venir, en recovecos, en aparentes obscuridades, en razones que, de pronto, nos aparecen incomprensibles, en luminosidad de razones que parecían no serlo. Porque nuestro acercamiento a todo lo que es se da en red. No es uno solo el camino, sino una red de caminos por los que andamos y que nos llevan, finalmente, a ese punto que nos atrae con suave suasión.

Estamos inmersos en la torrentera de amor que sale de Dios, porque es su amor. Amor en exceso en el que se da la creación entera; en el que somos donados nosotros, seres de amorosidad. Cruce de miradas amorosas. Un Verbo que conjuga ese amor en nosotros y en el mundo. Un amor que se nos ofrece en garantía del Espíritu. Amor de Dios en nosotros. Por eso vamos siendo piadosamente arrastrados —siempre en suave suasión— hacia las espesuras de ese amor. No es amor que nos obliga y solivianta, sino que poco a poco se va haciendo con nosotros en un trémulo respeto de nuestra libertad; de nuestra voluntad libre. Respeto de amor que nos adentra en sus espesuras. Espesuras de la cruz. ¿Podría ser que ese amor buscase nuestra desgracia, el sufrimiento del esclavo? Espesuras en las que Dios se mueve, según sus designios salvadores para redimirnos de eso que, en nuestra verdad natural, pues somos, finalmente, seres de amorosidad, no somos. Nos regala, en el Hijo encarnado, en el hijo de María, el modo en que, siguiéndole a él allá donde vaya, incluso si sube a la cruz, si nos deja en un reguero de sufrimiento, recomponer nuestro verdadero ser. Mirándole a él encontramos en su mirada nuestra verdadera mirada, escondida en las espesuras de la cruz.

El evangelio de Lucas nos pone hoy ante lo que entiende fue el comienzo de la vida pública de Jesús cuando este abrió el rollo del profeta Isaías en la sinagoga de Nazaret. En mí se da cumplimiento a la profecía. Las espesuras de Dios se abren ante nosotros para que comprendamos, creamos y vivamos. El Espíritu del Señor está sobre mí. Y ha sido enviado a nosotros los pobres, los humildes, como María, su madre. Pobres, cautivos y ciegos. Llega la gracia del Señor que se nos regala en Jesús. En él se cumple hoy la Escritura que acabamos de oír. Se nos abren las espesuras de Dios y caminaremos ahora, con Jesús, en las espesuras de la cruz. Misterio insondable.