Ayer, aprovechando el día del bautismo del Señor, tuvimos un bautizo por la mañana, se quedaban a Misa y luego lo celebraban en los nuevos locales parroquiales. Gracias a Dios la parroquia no se ha quedado grande y sigue llenándose en las Misas de los domingos (e insisto que seguimos sin calefacción ¡Buff!). A veces en la parroquia se dejan cosas: un paraguas, unas gafas, una agenda, algún móvil. Ayer, después de la segunda Misa de la mañana se dejaron una niña. Una familia estuvo con ella dos horas, hasta que decidieron llamar a la policía. Justo antes de llegar la policía me di cuenta que la niña era de las que venían al bautizo, y toda su familia estaba a unos pocos metros de ella. Como ya tiene la niña edad para correr y jugar los padres pensaban que estaba jugando con sus primos y ella pensando que sus padres se habían ido a Burgos. Al final no llegó la policía y madre e hija se reencontraron…, y la familia que la tuvo dos horas descansó pues ya veían que tenían que adoptar a la cuarta. Que gente tan buena.

“Pasando junto al lago de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés, que eran pescadores y estaban echando el copo en el lago. Jesús les dijo: -«Venid conmigo y os haré pescadores de hombres.»” Comenzamos el tiempo ordinario y podemos sentir que es un tiempo como más “light”, un tiempo más flojo, en que nos sentimos un poco abandonados como una niña a la puerta de una iglesia. Nada más lejos. Durante todas estas semanas el Señor va a pasar muchas veces a nuestro lado, se fijará en nosotros, nos llamará a la conversión y nos llamará a seguirle. Pero muchas veces –tristemente-, no le escucharemos. La Iglesia será como esa familia que nos cuida, que nos ayuda a no sentirnos solos y que nos entrega en manos de nuestro Padre. Si alguna vez sientes que le falta sentido a tu vida, que estás un poco perdido, que te falta algo en la vida: Ves a la Iglesia.  Allí, en los ratos de oración, en la Eucaristía, en una buena confesión, vas a descubrir cuál es la voz de Cristo, vas a diferenciarla de todas las demás, encontrarás la alegría del corazón y dejarás todo por seguirle.

Bendito tiempo ordinario que nos ayuda a sentir y a vivir, que nuestra vida es de Dios, que nos está continuamente buscando y su alegría es estar con nosotros y nosotros con Él. “En distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros padres por los profetas.” Hoy nos sigue hablando por medio de su Hijo. Es tiempo de escuchar y de responder con nuestra vida.

Ponemos este tiempo ordinario en manos de nuestra madre la Virgen, para que sea realmente un tiempo extraordinario y nunca nos sintamos perdidos ni abandonados.