Me ha llamado la atención la actitud de los que se ríen de Jesús cuando anuncia que la hija de Jairo no está muerta. Me recuerda a todos esos que se burlan de la piedad de los sencillos o hacen mofa de quienes ponen su fe en el Señor en las situaciones más difíciles. Se ríen del Señor porque desconocen su poder. Pronto su risa se quedará helada porque la niña se levantó y recuperó la vida. Pero, ¿por qué se reían antes? Esa risa es signo de falta de fe, pero no sólo eso. Es una falta de fe que se gloría de ello porque no quiere que Dios esté cerca ni que actúe en el mundo de los hombres. Prefieren un horizonte de muerte a la salvación que viene de lo alto.

Supongo que también se reirían de la Madre Teresa cuando se acercaba a un moribundo, o del Padre Damián y su decisión de ir a vivir con los leprosos en una isla. Se ríen de las enseñanzas de la Iglesia cuando dice que los preservativos no son una solución para tantas desgracias que hay en el mundo y se ríen de la familia cristiana, que ven como una realidad imposible para nuestro tiempo. Y su risa es como tratar la realidad a mordiscos.

Hace poco, dando clases en la Universidad, cuando plantee el dogma de la creación un alumno soltó una risa estentórea, que hacía intuir la presencia de alguien más en el aula. Se reía, pero el mundo alternativo que planteaba, además de incoherente desde el punto de vista racional, sólo podía conducir a la desesperación. Era una risa contra la posibilidad de salvación, como en el evangelio de hoy. Me pareció terrible.

El cristianismo ha traído la alegría al mundo y es propio del creyente gozar de buen sentido del humor. Pero esa alegría no supone, en ningún caso, reírse de la realidad. Nace de una confianza que permite, como a santo Tomás Moro o a san Juan Fisher, hacer alguna broma incluso antes de ser ejecutados. Pero no se toman a risa la vida ni su destino. Al contrario, convencidos de la misericordia de Dios, miran las cosas desde la perspectiva de la eternidad. Su humor ridiculiza lo banal para que resalte lo verdaderamente importante. Porque uno puede reírse pensando en como caerá su cabeza cuando el verdugo lo decapite, pero no puede hacerlo de su destino eterno.

El caso es que Jesús expulsa a todos a fuera y se queda con los creyentes. La niña resucita y, seguramente, en aquella casa hubo muchas lágrimas de alegría. Incluso es posible que alguna risa agradecida propia de un gozo exultante. Ahí tenía sentido reír porque se había manifestado el poder de Dios.

Que la Virgen María nos enseñe a tener la serenidad que conviene a los hijos de Dios. Que nos conceda tener un sentido adecuado de las cosas para saber reír cuando corresponde y, al mismo tiempo, para tomarnos en serio la acción de Dios en nuestro mundo. Que no perdamos nunca la confianza en la presencia de Dios en nuestras vidas.