Dt 30,15-20; Sal 1; Lc 9,22-25

Deberemos tener claro el modo como nos pone delante la vida y la muerte, bendición y maldición. No somos nosotros los que, en un arranque de heroicidad moral, distinguimos con excelsa perfección qué está bien y qué está mal, eligiendo el bien, claro está. Las cosas de Dios nunca son así. La iniciativa verdadera, principial, nunca es nuestra, sino suya. La elección, después, es cosa nuestra. El salmo 1, prólogo fundamental, junto al salmo 2, del Salterio, nos pone ante la bienaventuranza de quien no sigue el camino de los impíos, pues se goza en la cercanía del Señor. No por el acatamiento de leyes y mandamientos de obligada subordinación. Dios no busca rompernos la cerviz para que, pasando por el aro de lo que dicta, seamos esclavos obedientes. Lo suyo es una genial proposición: gózate en el comportamiento que tengo contigo y medita mi voluntad para contigo día y noche. No busca de ti que seas obediente cumplidor, como si lo nuestro fuera un ordenado ejército, donde el supremo jefe delinea comportamientos. Dios propone. Asombrosamente, nunca impone. Si estás con él, junto a él, si sigues sus propuestas, la suavidad de sus leyes de alianza contigo, si con su ayuda te comportas en la bienaventuranza de la vida que él pone escogida con todo su amor para ti, entonces será cuando, en esa propuesta para ti, la vida y la muerte, la bendición y la maldición, la gracia o el pecado, comiences a caminar por el camino de la vida. Camino suyo para ti. Camino de gracia y de misericordia. Entonces serás como árbol plantado al borde la acequia darás fruto en su sazón, tus hojas no se marchitan, y todo cuanto emprendas tendrás buen fin. Fíjate en esa palabra esencial: cuanto emprendas. Serás tú quien camine, quien tenga la voluntad decidida de andar en sus cosas. El Señor te habrá propuesto, te expresará su elección, te ayudará aliándose contigo, tomándote de su mano. Tu camino, así, será de bienaventuranza. Dichoso tú, porque el Señor está contigo y tú sigues sus propuestas, De este modo, nunca fallarás, porque él estará siempre contigo, te será fiel, por encima de tus propias infidelidades, pues eres frágil; frágil hasta el pasmo. Sin embargo, no tengas miedo, el Señor Dios, Padre de Jesucristo, está contigo.

¿Camino de rosas? ¡Quiá! El Hijo del hombre tiene que padecer mucho. ¿Cómo?, ¿por qué? Serán muchos los que irán a por él. Tú, quizá, yo también. Con demasiada facilidad abandonarás los caminos que te había propuesto el Señor como de bienaventuranza, promoviendo tus andanzas por el camino del bien, del acercamiento a su suave y bondadosa voluntad para contigo, y los convertirás en caminos de desgracia, de abandono, de pecado. Él padecerá mucho, por ti y para ti. Por tu abandono —¡y el mío!—, por tu prepotencia, por la saña con la que colaboraste a que subiera a la cruz en muerte violenta que derrama su sangre por ti; y para ti, para que esa sangre caiga sobre ti —¿y sobre mí?— y te purifique de tus pecados; de todos tus pecados te va a purificar. Será el madero de la cruz, pues, quien te abrirá las puertas de la bienaventuranza. ¿Le seguirás?, ¿te negarás a ti mismo?, ¿cargarás con tu cruz y te irás con él? Cuando te empeñes en salvar tu vida, tu alma, tus acciones, tus propios caminos, todo lo perderás. Pero cuando todo lo pierdas por su causa, serás salvo. ¡Divina contradicción!