Gustavo, el grano que se empeñaba en ocupar mi ángulo de visión, ya ha pasado a la histori., Ayer me lo extirparon y ahora sólo tengo que esperar a que el ojo se vaya poniendo morado y parezca que me han dado una paliza (la verdad es que el hielo hace milagros y casi no se notan los puntos). Cuando te van a operar, aunque sea una operación tonta y pequeña como esta, haces caso a todo lo que te dicen: No comer unas cuantas horas antes, no beber ni agua, ponerte una especie de bata ridícula, ponte en esta posición, ahora te pincho, ahora te despincho…, y uno venga a obedecer. Se obedece porque uno busca su bien y porque está convencido que el médico también busca su bien. Si en vez de un cirujano tuviéramos delante a un torturador en serie intentaríamos negarnos a todas sus indicaciones, pero el médico no busca hacerte daño sino curarte, aunque para eso tenga que hacerte daño.

“Un escriba se acercó a Jesús y le preguntó:  «¿Qué mandamiento es el primero de todos?» Respondió Jesús: – «El primero es: «Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser. » El segundo es éste: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo.» No hay mandamiento mayor que éstos.»” Obedecer a Dios en ocasiones hace daño. Daña nuestro egoísmo, nuestra pereza, nuestra autosuficiencia y la raíz de nuestro pecado…, pero nada más. Los mandamientos de Dios no son normas arbitrarias que se le ocurrieron al Señor tras una mala noche. Los mandamientos sanan, nos hacen más humanos y nos ayudan a descubrir nuestra verdadera naturaleza. Por eso mandar el amor puede fastidiar a nuestro egoísmo, pero nos hace más personas. El pecado es el torturador, el que busca hacer daño y dejar inválida toda nuestra existencia, concediéndonos una vida renqueante y abocada a la muerte. Sin embargo el amor a Dios y al prójimo sana nuestra vida y nos abre a la Vida.

Creo que era Santa Teresa de Jesús la que decía que hay que amar hasta que duela. El amor duele muchas veces pues arranca nuestro egoísmo muy apegado a nuestra alma. Duele porque palpas la ingratitud y la cerrazón de corazón de los otros, duele porque va extirpando ese “Yo sin Dios” y va poniendo en nuestra vida ese “Dios y yo”. Pero en ocasiones lo que duele sana. Arrancar el fondo del pecado de nuestra alma no se hace con voluntarismo, sino aprendiendo a amar.

“Dar gratis lo que gratis habéis recibido”. Cuando uno cae en la cuenta del amor que Dios nos tiene, entonces se da cuenta que puede amar hasta a los enemigos con el mismo amor de Dios que ha recibido…, entonces el pequeño se hace grande.

La Virgen María nos enseña a mar con ese amor de Dios, a cumplir los mandamientos y aponerlos en práctica; que Ella conduzca a la Iglesia por el camino del amor e ilumine a los Cardenales para elegir a aquel que lleve a la Iglesia a amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con toda su mente, con todo su ser y al prójimo como Dios nos ama.