Después de que me humillasen los médicos (con razón), la soberbia tenía que salir por alguna parte. Se me acerca ayer uno de los fotógrafos que han escogido los padres para las primeras comuniones (son 10 tandas, unos 180 niños y dejo que cada grupo de padres escoja al fotógrafo que les dé la gana), me saluda y me dice: “Bueno, vendré al ensayo de las comuniones para darle algunos consejo sobre la celebración”. Yo, que hasta entonces estaba de buen humor, le miré con incredulidad y le contesté: “Vendrás al ensayo de la celebración porque tú vas a hacer un negocio con estos niños, pero te estarás callado en un rincón, verás cómo se ha preparado y procurarás que no te vea ni te oiga ni durante el ensayo ni durante la celebración.” Una madre me miraba como diciendo: “Que borde”, pero sólo me faltaría que después de 21 años organizando primeras comuniones ahora tuviera que adaptarme a los gustos y maneras de 10 fotógrafos y de unos 360 padres…, sobre todo con el convencimiento que lo que menos les importa a muchos es que su hijo reciba por primera vez al Señor en la Eucaristía y lo único que quieren es que “quede bonito”. Fue un tanto soberbio por mi  parte y desde luego suspendería en la escuela de diplomacia…, pero un párroco de vez en cuando tiene que regañar, si no es infiel a su carisma. Lo que más me duele es que les importen tanto las fotos y tan poco la vida de fe de sus hijos, muchos de ellos ni siquiera vienen un domingo a Misa.

“En aquellos días, el sumo sacerdote y los de su partido -la secta de los saduceos-, llenos de envidia, mandaron prender a los apóstoles y meterlos en la cárcel común. Pero, por la noche, el ángel del Señor les abrió las puertas de la celda y los sacó fuera, diciéndoles: – «ld al templo y explicadle allí al pueblo íntegramente este modo de vida.» Entonces ellos entraron en el templo al amanecer y se pusieron a enseñar.” Por supuesto al rato los volvieron a arrestar. Hacer las cosas según Dios pueden parecer en ocasiones un poco absurdas a los ojos de los hombres. Si a uno le acaban de soltar milagrosamente de la cárcel no te metas otra vez en la boca del lobo, sácate un pasaje para las Islas afortunadas y quédate allí al menos una temporada. Pero eso no son las obras de Dios. Anuncias a Cristo resucitado está por encima de la cárcel, de la tortura o de la vergüenza. Las obras de Dios tienen otra perspectiva, se ven con otra luz, la luz de Cristo. “Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.” Anunciamos la salvación en Cristo. Habrá quién se ría, quien pase de lo que se le dice, quien no haga caso, quien no entienda nada…, pero no por eso tiene que dejar de anunciarse la salvación a todos. Muchas veces nos sale nuestra soberbia y podemos comenzar a despreciar a aquellos que no nos escuchan o que no entienden nada o quieren utilizar a Dios, pero entonces hay que mirar si estamos haciendo una obra buena, si es lo que Dios nos pide, y entonces no desfallecer ni huir. Nosotros nos hemos acercado a la luz de Cristo resucitado y no podemos huir de ella: “El juicio consiste en esto: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra perversamente detesta la luz y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras. En cambio, el que realiza la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios”. Nos llevaremos muchos enfados y muchas decepciones, pero no podemos dejar de anunciar el Evangelio.

Nuestra Madre la Virgen sí que nos puede dar lecciones, ella ha ido delante, que ella nos ayude a obrar siempre según el Espíritu Santo.