Acoger a Dios y dejarse acoger por Él. Este quizás podría ser un resumen de las lecturas de hoy. En la primera vemos como Abrahán recibe con exquisita cordialidad y generosidad a tres extranjeros, en los que se ha visto una imagen de la Trinidad. Aquel feliz encuentro engrandece también a Abrahán, que se ve regalado con la promesa de un hijo. Es como si se nos dijera que cuanto más practicamos la hospitalidad, más se capacita nuestro corazón para recibir otros dones, y aumenta nuestra fecundidad. Lo contrario de si nos encerramos en nosotros mismos. También es una imagen de cómo Dios regala a quien da. Pero sus regalos comportan una nueva misión, porque Abrahán y Sara habrán de curar de Isaac, y al amarlo su corazón seguirá creciendo.

En el evangelio encontramos una lección parecida. Marta acoge al Señor en su casa y quiere ofrecerle lo mejor. El Señor la ha de corregir, pero no le dice que esté mal lo que hace sino cómo lo hace. Cariñosamente, porque son amigos, le hace notar que anda ocupada en muchas cosas. Su hermana también ha acogido a Jesús, pero también se ha dejado amar por Él. Por eso está a sus pies embebiéndose de sus palabras. Es muy laudable hacer cosas por Dios. De hecho cuando contemplamos la acción de los santos vemos como han entregado su vida a Cristo y se han desgastado en su servicio. Y eso nos llena de admiración y de consuelo. Pero al hacer eso se han llenado de Dios.

La lección de Marta, que es santa y está en el cielo, nos hacedar cuenta de que, muchas veces, en nuestras ocupaciones, nos olvidamos de por quien hacemos las cosas. Y entonces nace toda esa inquietud que, a veces, nos hace estallar, como le sucede a la hermana de Lázaro. Y entonces recrimina a su hermana la actitud. Y ahí sale el Señor en defensa de María. Hay que hacer las cosas por Jesús, y con Jesús, sabiendo que nunca podemos ganarle en amor. Como recuerda en varias ocasiones el Papa en Lumen Fidei, el amor de Dios siempre nos precede y, por la fe, nosotros lo acogemos. La certeza de que Dios nos ama desde siempre, y de que su amor nunca nos abandona, es lo que mantiene nuestro corazón en la paz. Entonces podemos entregarnos sin fisuras al servicio del Señor, siendo nuestra máxima alegría hacer las cosas por y con Cristo.

En la segunda lectura vemos san Pablo nos habla de ese hogar que Dios ha plantado en la tierra para acoger a los hombres: la Iglesia. Y el apóstol dice que se alegra de sufrir en bien del cuerpo de Cristo. Es la experiencia de quien se ha sabido acogido por Dios y que es consciente de que el amor del Señor quiere llegar a todos los hombres. Entonces se consagra a que ese hogar, lugar de encuentro entre Dios y el hombre, se ensanche. Y en ese servicio no desdeña el sufrimiento. El apóstol no se queja de los trabajos que ha de sobrellevar sino que se alegra por ello, porque es por el Señor. Se sabe amado y quiere amarle con toda su vida, y en ese amor abre la salvación de Dios a otros hombres.

La tentación del egoísmo es muy grande. No siempre se presenta de la misma manera. A veces aparece bajo la forma de precaución, de previsión ante el miedo al futuro. Las lecturas de este domingo elevan nuestra mirada hacia el amor de Dios, para reconocer que toda nuestra vida se sostiene en Él. Hemos de pedir la gracia de abrir nuestro corazón al amor de Dios, para poder entrar en su corazón. Acoger para descubrir que hemos sido acogidos.