En la vida puede haber momentos de auténtica tensión. Cualquiera que tenga carné de conducir sabe que uno de esos momentos es cuando te da el alto en la carretera un Guardia Civil (un policía de tráfico). En ese momento las últimas 24 horas de tu vida pasan delante de tus ojos fotograma a fotograma: No he bebido nada, hace seis meses que no lo hago. Me tomé un chupito después de comer hace cuatro horas, ¡maldita la hora en que dije que sí! Tengo pagado el seguro del coche. ¿Por qué no fui la semana pasada a pasar la ITV? ¿Tengo en la cartera el carné de conducir?…, un montón de preguntas se amontonan en tu mente mientras el Guardia Civil avanza hacia tu coche. Si la Guardia Civil repartiese 50 euros a cada coche que para estaríamos felices esperando que lleguen hasta nuestra ventanilla, pero suelen dar otro tipo de papeles y cuestan bastante dinero. Esa espera es angustiosa. Luego puede ser un control rutinario y no pasar nada y uno se marcha aliviado.

«No temas, pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha tenido a bien datos el reino.(…) Tened ceñida la cintura y encendidas las lámparas. Vosotros estad como los que aguardan a que su señor vuelva de la boda, para abrirle apenas venga y llame» Hoy nos podíamos preguntar ¿Qué esperamos nosotros? Podemos tener muchas respuestas: Espero las vacaciones, encontrar trabajo, que me suban el sueldo, espero a mi primer hijo o espero que llegue el fin de semana para salir con los amigos… Nosotros deberíamos responder: Esperamos a Cristo. Y no le esperamos con miedo, como si viniese a multarnos y a hundirnos la vida. Esperamos a Aquel que nos ama más que nosotros mismos. Tendría que ser una espera gozosa, para abrirle apenas venga y llame. Y para eso nos hace falta la fe: “La fe es seguridad de lo que se espera, y prueba de lo que no se ve”. Transmitir la fe es transmitir esperanza. “Al que mucho se le dio, mucho se le exigirá; al que mucho se le confió, más se le exigirá”. Esta no es una frase de Spiderman, es de Nuestro Señor. Y el Señor te puede haber dado dos hijos, o dieciséis, una esposa o un marido, una familia, unos amigos, unos compañeros de trabajo, una parroquia, una Diócesis…, ¿Qué se yo?, pero el Señor te exigirá a ver cómo les has enseñado a esperar. El Papa en su Encíclica Lumen Fidei (al Papa también hay que leerle, no sólo fijarse en lo que hace, que también), nos indica unos aspectos:

  •   La Familia: “es importante que los padres cultiven prácticas comunes de fe en la familia, que acompañen el crecimiento en la fe de los hijos. Sobre todo los jóvenes, que atraviesan una edad tan compleja, rica e importante para la fe, deben sentir la cercanía y la atención de la familia y de la comunidad eclesial en su camino de crecimiento en la fe”. No puedo dejar que mis hijos pequeños aprendan a esperar cosas materiales exclusivamente. Ni que los jóvenes rechacen un día a Cristo pues no les da esperanza, prefieren el botellón en el parque. Aunque haya que llamarles cenutrios habrá que enseñarles a esperar con alegría a Cristo.
  •  La Sociedad: “Asimilada y profundizada en la familia, la fe ilumina todas las relaciones sociales. Como experiencia de la paternidad y de la misericordia de Dios, se expande en un camino fraterno”. Se ha querido, dice el Papa también, construir una fraternidad desde la igualdad, pero matando al Padre…, y eso no logra subsistir. La esperanza de un Padre que abraza, perdona, ama es la auténtica esperanza, no la de un hermano que al final nos juzga y le molestamos, pues todos somos iguales, pero unos más iguales que otros.
  •  El sufrimiento: Aquí es donde la espera muestra más claramente su rostro: Cristo. Cristo sufriente y triunfante es mi única esperanza. “En este sentido, la fe va de la mano de la esperanza porque, aunque nuestra morada terrenal se destruye, tenemos una mansión eterna, que Dios ha inaugurado ya en Cristo, en su cuerpo.”

María, termina el Papa, es la Bienaventurada que ha creído, en la que “el creyente está totalmente implicado en su confesión de fe”. Pidámosle a la Virgen que seamos hombres y mujeres de esperanza y nuestra esperanza no está en el euro, ni en la recuperación económica, ni en la salud, ni en el trabajo, está solamente en Cristo.