1Tm 3,14-16; Sal 110; Lc 7,31-35

¿Por qué misterio? Porque sacramento, que es la palabra latina segunda, sacramentum, que terminó traduciendo a la palabra griega primera, misterion. Porque se refiere a algo que es misterioso para nosotros, pues sobrepasa nuestras entendederas, dejándonos ante una estupefacción que va más allá de la razón. A finales del siglo XVII se escribió un libro —El cristianismo no es misterioso— con título verdaderamente programático, de donde nació una manera ilustrada de entender las cosas de Dios: nada en nuestra religión cristiana es falso, porque nada de ella se sale de la comprensión de nuestra razón. Sin que el autor lo supiera, el camino a la negación de Dios quedaba expedito, o lo reducía a algo comprensible por nosotros; de este modo, nuestra razón, razón seca, razón logificante, la que llamaron razón científica, única verdadera razón, decían, domina al mundo y a Dios. Nada es misterioso. Todo podemos llegar a dominarlo, comprendiéndolo. No hay misterio que venerar; simplemente, hay que hacerlo cosa bien nuestra. Así, nuestra religión cristiana ha desaparecido, devorada por esa razón secante. Sin embargo, jamás abordamos nada con esa razón, ni siquiera la ciencia real, a lo más alguna ciencia imaginada por la filosofía que destila ya de esa manera de ver las cosas. La nuestra siempre es razón húmeda.

En el centro mismo de nuestro cristianismo está el misterio-sacramento. Palabras esenciales que leemos hoy: quiero que sepas cómo hay que conducirse en un templo de Dios, es decir, en la asamblea de Dios vivo, columna y base de la verdad. A Dios lo alcanzamos en su asamblea, Iglesia de Dios y de Jesucristo, como dicen las primeras líneas de la epístola de san Pablo a los Tesalonicenses, el escrito más antiguo que, como tal, nos llega en el NT. No hay manera de encontrar un camino de acercamiento a Dios que dependa de mí, de mi voluntad, de mis esfuerzos, de las ganas meramente individuales que tenga de hacerme con él, aunque sea adorándole. Es grande el misterio que veneramos, un misterio que se nos manifestó como hombre, Jesús, quien rehabilitado por el Espíritu de Dios tras su muerte en cruz por nosotros y para nosotros, resucitando, se apareció a nosotros, sus mensajeros, enviados en acción misionera a las naciones por medio de quienes el mundo creyó en Jesús, el Cristo, quien fue exaltado a la gloria de Dios, sentado a su derecha, tras habernos labrado camino de salvación. Grande es el Misterio en él que vivimos. Misterio de Iglesia, en la que, por, con y en Cristo Jesús nos encontramos con el Misterio de amor de Dios, de modo que la torrentera de ese amor suscite en nosotros la fe en quien creemos viéndolo clavado en la cruz con toda su majestad resplandeciente, para que seamos justificados de nuestros pecados, perdonados ahí, en ese sacramento, y heredemos la vida eterna, de modo que el Espíritu Santo haga de nosotros su templo en el que gritemos en oración contemplativa: Abba, Padre. Nunca solos, nunca diciendo únicamente creo, sino creemos, pues viviendo en el sacramento de Dios que se nos da en la Iglesia. Así pues, misterio y sacramento están íntimamente ligados. Bautismo, por el que nos sepultamos en la muerte de Cristo, para, justificados, resucitar con él. Eucaristía, en la que el cuerpo y la sangre de Cristo nos sirven de verdadero alimento. Nunca un creo de mera individualidad. Siempre un creemos que se nos dona en la Iglesia.

Doy gracias al Señor de todo corazón. Grandes y misteriosas son sus obras.