Espero que hoy el comentario sea corto, el día ha sido muy largo y en cinco horas suena el despertador para abrir la parroquia y celebrar la Santa Misa. Caridad es una palabra bonita y puede quedar bien en casi cualquier discurso. Pero en ocasiones vivir la caridad duele, y duele mucho. Cuando ves cómo una persona está destrozando su vida, se engaña, se desespera y se derrumba. Para conseguir su fin no duda en destrozar, engañar, derrumbar y desesperar a los que tiene a su alrededor. Y hay momentos en que vivir la caridad te lleva a enfrentarle consigo mismo, a limpiar con sal sus heridas y hacerle ver lo putrefacta que tiene el alma y ponerla ante su vida. Ayer un joven se me ponía a llorar desconsolado, no puedo decir si por desesperación, tristeza o simplemente teatro…, lo cierto es que me dejó los pantalones empapados. Sé que muchas veces me engañan, pero no quiero volverme un descreído ante la misericordia de Dios con sus hijos y prefiero ser cauce y no obstáculo, aunque quede como un imbécil.

«Mi madre y mis hermanos son éstos: los que escuchan la palabra de Dios y la ponen por obra.» En ocasiones el ser duro e inflexible puede confundirse con la dureza de corazón. “Si estos no escuchan la palabra de Dios ni la cumplen no merecen más mi ayuda” cabe la tentación de pensar. “Ya han tenido bastantes ocasiones, no quiero que me molesten más.” Esa tentación está siempre presente. Ayudar a quien te lo agradece, ves que tu ayuda da fruto y sentirte satisfecho es estupendo. Pero en muchas ocasiones tenemos que ponernos en un paso anterior. Ese que tenemos enfrente y que parece que no cree en nada, para llegar a creer tendrá que pasar por nuestra caridad. No se vive la caridad para convertir a nadie, pero Dios quiere que escuchen la palabra de Dios por el amplificador de nuestras obras.

Por ello no podemos desesperar, cerrar las puertas y aislarnos con los nuestros. Otros está fuera, pero pueden llegar a Cristo.

Ahora cada uno lo traducimos con la persona que nos de la gana y con la que tal vez hayamos tirado la toalla.

María nos enseña a tener un corazón de madre, que siempre mira a sus hijos como mira a su Hijo.