Ha comenzado el grupo de monaguillos. Lo lleva otro sacerdote de la parroquia, pero para que los propios niños me digan: “¡Qué mal nos hemos portado!”, debió ser un rato entretenido. Gracias a Dios lo de monaguillo no es para toda la vida (el escalafón es el escalafón), pero sin duda prepara para tratar de cerca al Señor y cultivar las posibles vocaciones sacerdotales. Dios llama, y llama a vocaciones concretas y específicas, y cuanto más cerca se esté del Señor más fácil es escuchar su vos y aceptar la gracia.

“Los dones y la llamada de Dios son irrevocables.” Ahora muchas voces se levantan pidiendo que las llamadas de Dios sean caducas y perecederas. El matrimonio caduco, el celibato opcional, el sacerdocio “ad tempus”…, y siempre bajo la capa de la libertad y del derecho a equivocarse y volver a “rehacer la vida”. No se dan cuenta que Dios no se equivoca y da su gracia para vive en el estado en que nos llama si uno es fiel. Pensar que Dios va poniendo y quitando llamadas es pensar en un Dios que no nos quiere nada, que juega con nosotros de mala manera y está lejano de nuestra vida concreta. Ciertamente existe la libertad de ser infiel, de traicionar al Señor, como Judas, pero eso no significa que Dios haya retirado su gracia de una persona. Es importante pensar vocacionalmente la vida y seguir la llamada de Dios.

“Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; dichoso tú, porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos”. Dios no llama a los más capacitados, aunque capacita para la misión a la que llama. No ponemos al servicio de Dios nada que Dios no nos haya dado antes. Por ello, cuando se vive la vocación sacerdotal, religiosa, al matrimonio, misional,… No se espera nada a cambio. Ni medrar, ni prestigio, ni honra, ni aplausos. Sólo Dios te lo paga, y paga bien, aunque muchas veces no con la moneda que pensábamos. Ha sido Él quien nos ha elegido, y nosotros, como María, solamente damos nuestro sí.