Hablaba ayer con un chaval que pasa algunos problemas. En la adolescencia uno de los grandes problemas es no saber dónde se tiene el corazón. Se quiere a los padres pero se discute con ellos, se quiere a los hermanos pero no se les puede ver, se quiere a los amigos y luego te das cuenta que muchos no son tan amigos, se anhela hacer lo que a uno le da la gana, pero no dejas que los demás hagan lo que quieran. Ocurre de adolescente pero también nos puede ocurrir de mayores, una persona que nos cae mal o nos ha hecho daño puede sacar lo peor de nosotros mismos. Creo que es en El Quijote donde se dice que “el corazón tiene razones que la razón no conoce”, pero no está mal educar el corazón para que sepa ordenar lo que se quiere.

“Que vuestra caridad no sea una farsa; aborreced lo malo y apegaos a lo bueno”. La caridad falseada se descubre bastante pronto. Muchas veces lo malo se nos presenta como apetecible, o simplemente indiferente hasta que se vuelve apetecible. ¡Cuántos matrimonios que se dicen católicos dicen que el aborto es malo hasta que su hija se queda embarazada! Y pasa de ser malo a ser “una solución.” San Pablo no nos recomienda evitar exclusivamente lo malo, sino aborrecerlo. Y para darnos cuenta de lo malo que es lo malo hay que apegarse mucho a lo bueno, desearlo con todo el corazón, buscarlo y no separarse de él.

“Como buenos hermanos, sed cariñosos unos con otros, estimando a los demás más que a uno mismo”. Hay momentos en que es difícil, ya que los otros nos presentan su cara más amarga y el “yo” vuelve por sus fueros. Pero el otro es hijo de Dios, aunque nos repatee. Y entonces hay que pedir calma al alma, recogerse en oración y buscar la paz, que se encuentra.

“En la actividad, no seáis descuidados; en el espíritu, manteneos ardientes”. La tibieza es la puerta que abre la puerta a lo malo. Cada actividad que realizamos puede ser un momento de gloria, desde la más banal a la más transcendente. Un cristiano no puede ser un chapucero. Y para eso hace falta que arda en nosotros el fuego que Cristo ha venido a traer a la tierra y ¡ojalá estuviera ya ardiendo!. No podemos ser ignífugos, fríos, impasibles, indiferentes a los dones de Dios, pues retrasamos la labor de Cristo y de la Iglesia.

“Servid constantemente al Señor, Que la esperanza os tenga alegres: estad firmes en la tribulación, sed asiduos en la oración”. Ahora estás sirviendo al Señor, y cuando salgas a la calle para ir a trabajar, y cuando juegues con tus hijos. Toda la vida puede ser servicio al Señor, si no se convierte en pequeños egoísmos y sacrificios de los que queremos huir. Si falta la alegría algo falla en el corazón, hay que revisar nuestra esperanza y ponerla sólo en Dios. En las dificultades mira a la cruz y no desfallezcas, no estás solo y si así te sientes ora, ora sin desfallecer y descubrirás que Cristo está en el centro de tu corazón.

Si educas así el corazón, ni un campo que te compres, ni cinco yuntas de bueyes, ni el que te acabes de casar, ni el que haya crisis económica, ni las dificultades de convivencia, ni nada de lo que pase podrá apartarte del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, y aunque seas pobre, lisiado, ciego o cojo entrarás en el banquete del reino de Dios.

Hay que educar el corazón según Cristo y así llegaremos a gozar de la vida, a pesar de las dificultades. Mira el Inmaculado corazón de María y pídele a ella que te introduzca en la escuela del amor de Dios.