Estos últimos días del Año Litúrgico nos llevan a contemplar a Jesucristo como Señor de la Historia. ¿Hacia dónde avanza el mundo? ¿Qué puede esperar el hombre? ¿Podemos con nuestras solas fuerzas construir un futuro que no tenga fin?

Las lecturas de este día nos ofrecen varias perspectivas. Por una parte, en el libro de Daniel, leemos como ningún reino de este mundo escapa al dominio de Dios. Él, con su Providencia, lo conduce todo. Esta fe en el gobierno de Dios nos lleva a tener esperanza en todos los momentos de nuestra vida, incluso cuando la oscuridad nos rodea por todas partes. Ello no significa que nosotros sepamos en cada momento lo que va a suceder pero sí a comprender que Dios todo lo dispone para nuestro bien. Daniel le explica a Nabucodonosor el significado de unas palabras que han aparecido en la pared. Se indica el final de su reinado a causa de la idolatría en la que han caído. Más allá del concreto significado histórico hay una enseñanza que se puede trasladar a todas las épocas. El hombre siempre es “contado y pesado”. Es decir nuestra vida, la de cada uno, se mide por relación a Jesucristo y el peso de nuestra existencia es el amor con el que la vivimos. San Agustín decía: “tu amor es tu peso”. También cada uno de nosotros es lo que es delante de Dios y vale en la medida en que responde al amor con que ha sido creado y redimido.

Dostoievski es un autor que ha hablado mucho del hombre dividido. Lo describe como aquel que se deja seducir por el mal y se va alejando cada vez más del bien en que ha sido constituido por Dios. Esa seducción del mal produce en él una escisión, que el autor ruso describe a veces como ruptura psicológica, pero que más profundamente es de carácter espiritual. El hombre dividido pierde su centro en Dios y sufre en sí mismo una desorientación radical que le impide ser feliz. Así lo que Daniel dice al rey, señalando que su reino será repartido entre medos y persas, puede ser también una imagen de la vida fragmentada de quien no es conducido en todo momento por el amor de Dios y opta por servir a cualquier ídolo.

Por otra parte, en el evangelio de hoy, Jesús anuncia tribulación y persecuciones. Señala el sufrimiento que viene pero también para qué va a ser ocasión. En medio de ese sufrimiento podremos dar testimonio de Dios. Para ello es necesario abrirnos totalmente a Dios poniendo en Él toda nuestra confianza: “haced propósito de no preparar vuestra defensa, porque yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro”. De esa manera, también en el peor de los escenarios, es posible que se manifieste el poder y el amor de Dios. En el ejemplo de los mártires vemos como esto se produce. En septiembre celebramos la canonización de más de 500 que fueron asesinados en España a causa de su fe. Vivieron momentos terribles, pero ahora vemos que su camino fue el más acertado, porque no se dejaron vencer por el miedo sino por el amor de Cristo. En ellos vemos la verdad de la historia, en la que el amor de Dios nunca es vencido a pesar de los aparentes triunfos del mal. Gracias a ellos comprendemos mejor las exigencias del evangelio, pero también que la promesa del Señor se cumple y que podamos contar siempre con su compañía y ayuda.