Santos: Nicolás, Brecán, obispos; Apolinar, Dionisia, Dativa, Leoncia, Tercio, Gerardo, Pedro Pascual, Policronio, Leoncio, Bonifacio, Emiliano, Mayorico, mártires; Asela, virgen; Gertrudis, Basa, abadesas.

Del santo patrón de Rusia y también santo patrón de los niños, los eruditos, las vírgenes, los marinos y los mercaderes –en la Edad Media los ladrones también lo consideraron su santo patrón– se pueden hacer dos hagiografías: una histórica y otra popular. La primera nos lleva al conocimiento exacto de su persona; es breve, muy concisa y perfectamente adecuada a las exigencias de la historia. La segunda tiene muy diversos aspectos; unos son probables, y hacen grata la figura humana de Nicolás, pero escapan a la demostración; otros puntos son solo posibles y con ellos la leyenda pone áurea dorada sobre él; los últimos pertenecen al mundo de lo imposible –salvo milagro, que es siempre excepcional– y se califican claramente como fantasiosos y absurdos. Si aparecen a lo largo de la visión que expongo del santo es para hacer ver al lector hasta qué punto entró el recuerdo de este hombre en la vida de la gente, que supo dar alas a su fantasía sin ningún tipo de reparos ni miramientos por su popularísima aceptación.

Con cálculos aproximados se describe el arco de su vida desde el 275 al 345; se sabe de cierto que era obispo de Mira, en Asia Menor, en la época del concilio de Nicea (325), al que casi con seguridad asistió, aunque no está demostrado. Murió en la capital de su diócesis y se enterró en Nicea. El año 1087 se trasladaron sus restos a Bari, ciudad de Italia.

Y ya está; solo hasta aquí se puede hablar de cosas ciertas. Pero la amplitud de su devoción se conoce por la cantidad de añadiduras puestas sobre él.

Con respecto a datos familiares, la leyenda dice que sus padres se llamaban Epifanio y Juana; bueno está, algún nombre habían de tener. Pero que fueran estériles, que se les revelara sobrenaturalmente la venida de un hijo que había de ser santo y que, una vez llegado, el bebé se negara a mamar los viernes por ser días de penitencia, se nos antoja bastante inverosímil.

En Patara, ciudad del antiguo distrito de Licia en Asia Menor (hoy Turquía), donde aseguran que nació, tuvo lugar un hecho significativo de la excelente caridad con la que dicen que estaba adornado desde su juventud. Resulta que, cuando un día iba al templo a rezar, una mujer que estaba a la puerta pidiendo limosna le solicitó una ayuda; como no tenía dinero, quedó curada por la palabra de Nicolás, en nombre de Jesús. La trasposición del milagro neotestamentario parece clara.

Tiene Nicolás fama de ser generoso con los bienes materiales y, por ello, se le ruega en los momentos de apuro. Relata la leyenda que un rico venido a menos se encontró en la imposibilidad de dar dote a sus hijas para casarlas y no se le ocurrió más que prostituirlas. Conoció Nicolás el siniestro plan y aquella misma noche se deslizó hasta la ventana del ciudadano arrojándole un saquito de oro, solucionando el problema; hizo lo mismo poco tiempo después dos veces más y pudieron ser dotadas aquellas doncellas. La última vez fue sorprendido por el padre que se deshacía en acciones de gracias ante su bienhechor. La coincidencia de que eso sucediera en lunes puede ser el origen de la devoción de los tres lunes de san Nicolás. Y su generosidad de donante en secreto se refleja aún hoy en el hecho de que, bajo el nombre de San Nicolás –relacionado por la proximidad con las fiestas de Navidad–, los niños acostumbren a recibir en secreto juguetes y chucherías en algunos países de tradición católica.

Cuando hizo falta un obispo para Mira no se ponían de acuerdo los electores y tuvieron que llegar a un acuerdo propuesto por un anciano experimentado en solucionar desavenencias; elegirían al primero que entrara en la iglesia al día siguiente. ¡Como no ver la Providencia en el hecho de que fuera Nicolás el elegido porque cada mañana celebraba su misa tempranito! Y hasta dicen que un milagro pasó durante la ceremonia de consagración episcopal, cuando se presentó aquella mujer que llevaba a su hijito en brazos y achicharrado en un incendio; Nicolás lo resucitó.

¿Murió mártir? No está probado que Licinio lo metiera en prisión, ni de que lo torturara terriblemente dejándole aquellas terribles cicatrices que con toda unción besó el emperador Constantino al final del concilio de Nicea. Ni siquiera es seguro que asistiera al concilio. Que sea probable su asistencia, sí; porque se reunieron más de trescientos obispos y se acercaron casi todos los de Asia Menor; pero el nombre de Nicolás no figura en las largas listas de prelados a los que se les encomendó transmitir los acuerdos conciliares. De todos modos, la leyenda es abundante al respecto y asegura que lo vieron aproximarse a Nicea acompañado de Eudemo, el obispo de Patara, y de tres presbíteros más; incluso se demuestra el aserto afirmando que en el concilio llegó a abofetear a Arrio por su pertinacia en el mal.

Aún cosas más disparatadas se narran de su tan milagrosa vida llena de excentricidades sin cuento. ¿Qué significará en su particular iconografía que aparezcan, como saliendo de una especie de cubo, tres cuerpecitos de niños con mirada agradecida? Seguro que los artistas resumen en pintura lo más increíble que se ha escrito de un santo. Fue cuando entró a comer en una venta del camino y se percató de que la carne que servía el ventero era carne humana. Al comentárselo y negarlo el malvado, invitó a los comensales a que lo acompañaran a la bodega o despensa. Allí rezó un rato y de una cuba comenzaron a salir los tres adolescentes ¡vivos! que días antes había matado y descuartizado el posadero para dar comida a los clientes siguientes. Solo es un milagro apócrifo en plenitud de barbaridad.

Murió con 75 años, el 6 de diciembre del 345.

Al ser ocupados por los sarracenos los territorios donde repasaban sus reliquias se sintió vivo dolor en los fieles occidentales; comenzaron a pensar en el rescate y lo decidieron de modo especial desde Venecia y Bari. La expedición organizada consigue su objetivo de trasladar los restos a Bari el 9 de mayo de 1087, convirtiéndose esta ciudad en centro de peregrinación universal.

El personaje alegre y barbudo del folclore llamado Nicholas –Sint Klaeg– y Claus o Papá Noel encargado de llevar regalos a los niños la víspera de Navidad en los países de tradición protestante, es una adulteración de san Nicolás.

¡Qué bien si lo tomamos, como los antepasados, por intercesor para que no nos falte el pan comestible diario que quita el hambre, el dinero contante y sonante para no caer en las tentaciones y –porque somos grandullones niños tontos– el ilusionado suplemento de inesperadas superficialidades que hacen agradable el caminar!