Isaías 7, 10-14; 8, 10

Sal 39, 7-8a. 8b-9. 10. 11 

Hebreos 10, 4-10

san Lucas 1, 26-38

Estamos avanzando en la Cuaresma, caminando hacia la cruz, descubriendo toda la dureza del camino, tropezándonos una y otra vez con nuestros pecados, raspándonos las piernas con las espinas de nuestras infidelidades, magullándonos con ese íntimo pavor a convertirnos de verdad y perder nuestros pequeños y absurdos tesoros. Parece que no tiene nada de agradable esto de la Cuaresma, además ya hemos vivido unas cuantas ¿y qué?, ¿Hemos cambiado alguna vez radicalmente nuestra vida?, ¿Hemos dejado de confesarnos de alguno de esos “pecados de siempre” después de alguna Cuaresma porque no lo cometamos más? ¿Nos han valido para algo tantas Cuaresmas anteriores?

“Alégrate”, “No temas”, “El Espíritu Santo vendrá sobre ti”, son las palabras con las que el ángel Gabriel comienza sus frases a la Virgen y no se oyen igual desde el sofá del salón de tu casa. Si no estás caminando por la Cuaresma el anuncio más grande que la humanidad entera ha recibido, la noticia más impensable e inconmensurable de todos los tiempos, no te sabrá a nada, preferirás “comer” otra cosa.

Con la Solemnidad de hoy sabemos que no caminamos para nada, que seguimos a Dios hecho hombre y “entonces yo digo: <Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad>”. No sé si este camino de la Cuaresma será plenamente eficaz en mi vida, no sé si lo harán muchos o pocos, no sé si me cansaré antes de llegar al final. Pero si sé que si no camino nunca llegaré a la cumbre, si sé que lo hago en compañía de María mi Madre a la que no quiero dejar sola, sé que dentro de nueve meses celebraremos la Navidad y no será la misma sin esta Cuaresma de hoy.

Gracias María por tu sí, que al Espíritu Santo yo nunca le diga no.