Hechos de los apóstoles 5, 34-42

Sal 26, 1. 4. 13-14

san Juan 6, 1-15

“En aquellos días, un fariseo llamado Gamaliel, doctor de la Ley, respetado por todo el pueblo, se levantó en el Sanedrín, mandó que sacaran fuera un momento a aquellos hombres” y empezó a hablar a todo el Sanedrín haciendo una observación importante.

Como se recordará, porque estamos comentándolo todos los días, los del Sanedrín tienen preso a Pedro y a Juan; les han prohibido que hablen de Jesucristo. Ellos no callan; les azotan para que dejen de hablar de Jesucristo. A la vez, el pueblo escucha con atención y con agrado esta doctrina nueva que es el Evangelio. Doctrina ratificada por los milagros que hacía Jesucristo y también por los que hacían los mismos apóstoles Pedro y Juan.

Así las cosas, Gamaliel se levanta en el Sanedrín y hace la observación a la que se refiere la primera lectura de la Misa de hoy: ha habido unos hombres-empieza explicando Gamaliel–, primero un tal Teudas, y luego otro llamado Judas Galileo, que arrastraron a mucha gente detrás de ellos. Gamaliel concluye en su intervención en el Sanedrín que, pasado un tiempo más o menos de “éxito” de estos hombres que habían sido líderes de muchos, al morir los cabecillas: “todo acabó en nada”.

Este ejemplo lo ponía para introducir su opinión sobre lo que había que hacer con Pedro y Juan, pues el Sanedrín no sabía qué hacer con ellos, ya que cuanto más castigaban o encarcelaban a estos apóstoles, más frutos o prosélitos parecían tener. Así es que Gamaliel, puesto en pie, añade como reflexión y conclusión para sus oyentes: “para el caso presente mi consejo es éste: no os metáis con esos hombres; soltadlos. Si su idea y su actividad son cosa de hombres, se dispersarán; pero, si es cosa de Dios, no lograréis dispersarlos, y os expondríais a luchar contra Dios.»

“Si su idea y su actividad son cosa de hombres”, es decir, si lo que hacemos sólo por motivos meramente humanos, esa actividad, carecerá de valor eterno. Por eso quizá deberíamos hacernos con frecuencia esta pregunta: ¿mis acciones están hechas sólo para los hombres?, ¿para ser vistos por ellos, por vanidad, sólo por ganar el dinero, etc.? Si es así, no es que estemos haciendo algo malo, es que estaríamos perdiendo una oportunidad de sacar más partido -partido sobrenatural-a nuestras obras.

“Pero si es cosa de Dios”, añade Gamaliel, es decir, si obramos por motivos sobrenaturales, por agradar a Dios, por reparar por nuestros pecados, por ayudar al prójimo, tanto material como espiritualmente, entonces, llenaremos nuestra vida de riqueza sobrenatural y nuestras obras tendrán un valor de eternidad.

Parecida enseñanza podríamos sacar de cierta ocasión, en la que el Señor hablaba sobre un rico al que le han ido muy bien las cosas, y tenía muchos bienes. Piensa entonces el rico que lo que debe hacer es “comer, beber y pasarlo bien”; es decir, acciones meramente egoístas, hechas por pura satisfacción personal, lo que sólo gusta a los hombres. A éste, el Señor le dice que es “un necio”; porque necio es el que “almacena para sí y no es rico delante de Dios”, el que se deja llevar de la vanidad y sólo mira ganar riqueza delante de los hombres.

Hay pues una riqueza, que es de la que nos habla hoy Gamaliel que consiste en preguntarse a la hora de realizar cualquier acción ¿esto, de cara a la eternidad, de qué me sirve?; y así, si la acción “es cosa de Dios”, está hecha por Dios, para Dios, la eficacia y el valor serán infinitos; seguro que esa acción nos servirá para abrir las puertas del cielo.