Hechos de los apóstoles 14,5-18

Sal 113 B, 1-2. 3-4. 15-16

san Juan 14,21-26

La experiencia nos enseña que no siempre es fácil guardar un recuerdo exacto de las cosas y los acontecimientos. Precisamente porque la transmisión de lo sucedido se hace difícil es preciso investigar el pasado. Y esa investigación parece que nunca concluye. Es más, en algunos casos está sujeta a la interpretación e incluso a la manipulación. Basta pensar, en nuestro país, en una ley tan polémica e intencionada como la denominada “Ley de la Memoria histórica”.

Sin embargo, la memoria es una facultad importantísima del hombre. Si careciéramos de ella llegaríamos a olvidar quienes somos. La identidad se funda en la memoria, ya que sin ella estaríamos continuamente empezando de nuevo. En nuestra vida hay lagunas, detalles inconexos e incluso imágenes confusas de lo que nos ha sucedido. A veces, hemos creído estar seguros de algo y, después, recapacitando o por el testimonio de otros, que quizás han aducido pruebas, hemos cambiado de parecer. Decimos que hemos “recordado”.

Todo esto lo señalo por lo que se dice en el evangelio de hoy: “el espíritu Santo, que enviara el Padre en mi nombre será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho”. La memoria de la Iglesia se distingue de la de los pueblos y de la de cada uno de nosotros porque el Espíritu Santo, que es Dios, le hace continuamente presente lo que es y lo que debe hacer. Como nos dice el Señor: enseña y recuerda.

Jesús nos pide que guardemos sus mandamientos y fija en ello la señal de que lo amamos. A dos mil años de distancia podría surgir la duda de si hemos entendido bien lo que nos pedía e, incluso, si recodamos sus palabras exactas. ¿No podría suceder, como pretenden continuamente algunos, que hubiéramos entendido mal su mensaje, que este hubiera sido tergiversado o, en fin, que no nos hubiera llegado de modo fidedigno? Esas dudas se resuelven cuando percibimos que el Espíritu Santo actúa en la Iglesia. De hecho, sin Él, ¿Quién se atrevería a predicar el evangelio o se vería capaz de corregir a otro en materias de fe o moral?

Jesús nos da un mandato, pero también nos garantiza la asistencia del Espíritu Santo para que, continuamente y a pesar de los vaivenes de la historia, tengamos la certeza de lo que nos pide. El Espíritu Santo nos otorga una seguridad que, además, es enseñanza continua, porque vamos comprendiendo mejor lo que el Señor nos pide, y recuerdo de Jesucristo. La memoria de Jesucristo no se reduce a acontecimientos del pasado. También por el poder del Espíritu Santo los sacramentos nos ponen en relación directa con Él. Podemos entrar en contacto personal con el Señor, singularmente en la Eucaristía.

Que la Virgen María, la llena de gracia, que guardaba todas las cosas en su corazón, nos ayude a aprovechar la enseñanza continua del Espíritu Santo para que podamos amar al Señor como Él nos ha mandado.