Hechos de los apóstoles 18, 1-8

Sal 97, 1-2ab. 2cd-3ab. 3cd-4

san Juan 16,16-20

“Vosotros sois responsables de lo que os ocurra, yo no tengo la culpa” dice San Pablo a los judíos que se negaban a admitir que Jesús es el Mesías. Uno puede escoger no rezar nunca, ir a Misa cuando le apetezca (y curiosamente da la impresión de que apetece cada vez menos), se elige el ponerse en ocasión de pecar o dar prioridad en tu vida al trabajo, al bienestar y al dinero por encima de la caridad y el amor a Dios.

A veces hay personas que te dicen: “He perdido la fe.” Igualmente matrimonios te comentan que “han perdido el amor,” como si la fe o el amor fueran como las llaves del coche que se pueden perder en cualquier momento (con el agravante de que las llaves del coche las guardemos mejor pues, en muchos casos, parece que nos importa más el coche que Dios o la esposa). La fe, como el amor, no “se pierde” o se volatiliza como unas gotas de perfume. Habitualmente cuando hablas un poco más en profundidad con las personas que te cuentan estas cosas, te das cuenta que no se han levantado “de pronto” un día con esa sensación de que no tenían fe o no les gustaba su mujer. Se descubre que han ido dejando apagar la llama del fuego de la fe, han ido dejando de rezar, han suplantado la caridad por la poltronería, la entrega por el cumplimiento. Cuando ha llegado la “noche oscura” han desesperado en vez de confiar, e incluso se empieza a buscar culpas en “los otros” por todo lo que nos ocurre. La mortificación desaparece pues se convierte en “mortificantes” todas las situaciones que se viven ya que todo molesta. Comienza la autocompasión y crece la complacencia en las cosas mundanas, en los pequeños placeres y compensaciones. Y entonces, lo que has ido matando poco a poco, envenenando con tus elecciones, te das cuenta que es un cadáver y lo que antes era el “buen olor de Cristo” se convierte en hedor insoportable.

“Mientras el mundo estará alegre; vosotros estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría,” no desesperes, Dios no retira sus dones de la mañana a la noche y, aunque creas que se ha apagado el fuego de la fe Dios no deja que sus dones desaparezcan: redescúbrelos.

Tu madre la Virgen estará siempre a tu lado, ayudándote a ser constante en el amor. Pídeselo y no dudes de lo que dice el Señor: “poco más tarde me volveréis a ver.”