Amós 8, 4-6. 9-12

Sal 118, 2. 10. 20. 30. 40. 131  

san Mateo 9, 9-13

 “Mirad que llegan días -oráculo del Señor en que enviaré hambre a la tierra: no hambre de pan ni sed de agua, sino de escuchar la palabra del Señor. Irán vacilantes de oriente a occidente, de norte a sur; vagarán buscando la palabra del Señor, y no la encontrarán.” Se dice en mucho sitios que la Iglesia perdió a los pobres y los obreros en el siglo XIX y XX, cuando el marxismo hizo aparición, que ahora perdía a la juventud y, al final, acabará desapareciendo. Me parece una solemne estupidez. Sin minimizar los errores de los eclesiásticos y de muchos cristianos -que han sido muchos y graves-, me parece que la Iglesia no ha perdido a los pobres, sino que son los “pobres” los que han perdido a la Iglesia. Se ha ridiculizado tanto a los creyentes que se ha perdido el hambre de Dios, que es la única riqueza de la Iglesia. Cuando la Iglesia da lo que tiene y lo que no tiene es porque cree que es una realidad que son ciertas las palabras del Señor: «No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. Andad, aprended lo que significa “misericordia quiero y no sacrificios”: que no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores.» Cada persona vale la pena pues es amada de Dios y merece una vida digna. Y también es cierto que cuando uno se da cuenta de su dignidad lucha por salir de la pobreza, no se conforma con dos kilos de arroz y tres litros de leche. Otras confesiones y religiones lo han hecho muy bien (seguramente sin darse cuenta), les dicen a sus fieles: “Id a la Iglesia Católica a pedir y aquí venir a escuchar hablar de Dios.” Ojalá alguno que pasa necesidad no venga a pedirme cosas, sino la Palabra de Dios que de sentido a la pobreza y le ayude a levantarse por la mañana, a tener esperanza, a lanzarse al mundo para superarse

 “Los pobres siempre estarán entre vosotros.” Tal vez no sean los más católicos los pobres materiales, ahora se acercan a la Iglesia los enfermos, los desorientados, los deprimidos, los locos, los que han perdido la alegría o la libertad. Y son los pobres los que -si me permitís hablar así-, salen perdiendo. Se quedan con el lazo, ni siquiera llegan al envoltorio, de lo que la Iglesia les puede ofrecer. Y no es sólo culpa suya ¿Convendría a nuestro mundo burgués y acomodado que cada persona, del norte o del sur, blanca, negra o amarilla, hombre o mujer, se diera cuenta que tiene la dignidad de los hijos de Dios? Por eso se luchan las batallas de la llamada “igualdad” por razones tan banales como el sexo y no se profundiza más.

… Y ahora un grito a la antigua manera comunista: ¡Pobres del mundo, recuperad a Dios, recuperad vuestra dignidad, recuperad la Iglesia en vuestra vida!