Isaías  49, 1-6

Sal 138, 1-3. 13-14. 15 

Hechos de los apóstoles 13, 22-26

san Lucas 1, 57-66. 80

 “Él pidió una tablilla y escribió: «Juan es su nombre.»”… Hoy día, en muchas familias, la elección del nombre de los recién llegados se está convirtiendo en un ejercicio de imaginación muy poco imaginativo. En los últimos siete años, he conocido niños con nombres tediosamente originales: tamaras, vanessas, yónatans, tais, albas, amarantas, y una niña que se llamaba Libertad a quien no quisieron desatar, con el Bautismo, de los grilletes del Demonio. La primera criatura que bauticé se llamó Yaiza.

 Tras mucho indagar, supe que el nombre pertenecía a una marca de compresas. Ahora se llevan, en España, los nombres medievales: Alonso, Rodrigo, Gonzalo, Diego, Álvaro… Por lo menos, esta moda tiene santos detrás. ¿Me creeréis si os digo que, en los últimos siete años, no he bautizado a ninguna Carmen, Pilar, José o Juan? Sin embargo, hasta hace unas décadas, a los niños se les imponían nombres de santos. En algunos casos, se dejaba elegir la suerte del nombre al santo del natalicio, pero esta práctica la han lamentado muchos, nacidos el día de San Tiburcio o Santa Mamerta… Con todo, lo más frecuente era, especialmente en el caso del primogénito, recurrir a los santos familiares: yo llevo el nombre de mi padre, como está mandado, y me alegro. Es la forma que tiene la familia de tomar posesión de sus retoños.

Desde el principio fue así: al invitar Yahweh a Adán a poner nombre a los animales, le otorgaba la posesión de las bestias. El propio Dios se negó a revelar su nombre, y los israelitas rehúsan pronunciarlo, porque nadie puede tener dominio sobre Él. Entre nosotros, prescribe la liturgia que el sacerdote debe inclinar la cabeza cuando menciona los nombres de “Jesús” o “María”. Al cambiar el nombre de Simón por el de Pedro, Jesús arrebató un miembro a la familia del apóstol y lo tomó como heredad suya.

Muchas religiosas y religiosos cambian su nombre al entrar en religión: con ello dejan de pertenecer al mundo y pasan a pertenecer a Dios. Rezo yo para que Yaiza se haga monjita y se llame Teresa María de San José, a ver si así se la arrebatamos a los fabricantes de compresas.

Si Zacarías e Isabel renunciaron a elegir un nombre para su hijo, es porque aquel niño era todo de Dios, y Dios ya lo había llamado “Juan”… Otro tanto sucederá con Jesús. Pero fue necesario, para que la llamada de Dios sobre el profeta se llevase a término, que aquellos padres santos renunciasen a poseer a su hijo y se convirtiesen en siervos del plan divino. Sin esa renuncia, Juan no hubiera sido San Juan, sino otro Zacarías del que no tendríamos noticia… He pedido a la Virgen por tantos matrimonios jóvenes que hoy día se obsesionan con la “planificación familiar”. A Ella, y a San Juan, les he suplicado que les muestren el camino hacia quien mejor planifica las familias: Dios… Los hijos que Dios quiera, cuantos Dios quiera, cuando Dios quiera… Y que, al sentir la vida palpitar en sus vientres, caigan de rodillas preguntando a Dios qué quiere de ese niño. Finalmente, y a la hora de elegir el nombre… ¡Por favor, buen gusto!