Amos 2, 6-10. 13-16

Sal 49, 16bc-17. 18-19. 20-21. 22-23

san Mateo 8, 18-22

Los cristianos nos hemos olvidado que el único vencedor es Cristo y, o seguimos unidos a Él o nuestra derrota será tremenda. Hemos perdido el miedo a perder. Dios es grandeza, Omnipotencia, Misericordia, Perdón, un Amigo que nunca falla …., y punto. Nos apuntamos al equipo de Cristo una vez que se ha terminado la carrera, pero como nos decía San Pablo: “He combatido bien mi combate, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe.” No lo hizo otro en su lugar, lo hizo él unido a Cristo. Cada uno hace su pedestal donde subirse, sin darse cuenta que sólo hay un pedestal que nos aguanta a todos, y es el del Señor.

 “ En aquel tiempo, viendo Jesús que lo rodeaba mucha gente, dio orden de atravesar a la otra orilla. Se le acercó un escriba y le dijo: -«Maestro, te seguiré adonde vayas.» Jesús le respondió: -«Las zorras tienen madrigueras y los pájaros nidos, pero el Hi-jo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza.» Otro, que era discípulo, le dijo: -«Señor, déjame ir primero a enterrar a mi padre.» Jesús le replicó: -«Tú, sígueme. Deja que los muertos entierren a sus muertos.»”.  No podemos acercarnos a Jesús, el Hijo de Dios, como a un amigo de la infancia al que tratamos con cierto desdén. Se nos ha olvidado el temor de Dios, que no es un miedo irracional, es el miedo de amar con mi amor propio y no con el amor que Él me tiene. Basta leer la primera lectura para darse cuenta que Dios no es tonto, por mucho que algunos que se llaman teólogos nos lo quieran vender así. Jesucristo no fue una buena persona, no venía a decirnos que fuéramos buenecitos, vino a mostrarnos el amor de Dios, siempre fiel, enorme, grandioso, gratuito y auténtico.

 Pero hemos perdido el miedo a no amar como Dios nos ama, con el amor que Dos ha puesto en nuestro corazón. Nos contentamos con que todo el mundo sea bueno, con nuestro corazón ramplón, mediocre, interesado y falso. Se nos olvida que hemos recibido un tesoro y salimos corriendo con la bolsa vacía.

 San Pablo “todo lo estimaba basura comparado con el amor de Dios” y nosotros, levantando bien alto nuestra bolsa de basura, nos declaramos campeones ¿De qué?

 Que la Virgen nos ayude a recuperar ese sano y santo temor de Dios, que no hagamos de Dios un artículo de un blog ni de una tertulia de café y copa; sino que nos duela el no corresponder a su amor. Podemos ser campeones, pero sólo unidos a la Iglesia que es el Cuerpo de Cristo.