Proverbios 2, 1-9

Sal 33, 2-3. 4 y 6. 9 y 12. 14-15 

san Mateo 19, 27-29

 “En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles: -«Un discípulo no es más que su maestro, ni un esclavo más que su amo; ya le basta al discípulo con ser como su maestro, y al esclavo como su amo. Si al dueño de la casa lo han llamado Belzebú, ¡cuánto más a los criados! No les tengáis miedo” El enemigo del alma, de todo el hombre, es el pecado y su consecuencia es la desesperanza. Muchas veces podemos sentir que no valemos, que no lo hacemos bien, que nos falta mucho para ser santos, para parecernos al Maestro y podemos caer en el desánimo. Pensamos que estamos viejos, débiles y sin fuerzas, y tenemos razón, pero también contamos con el mejor técnico de mantenimiento. El diablo se sirve de muchas tretas. A veces nos murmura al oído: “Tú no eres capaz” “Esto es para otros” “Dios no puede contar contigo que tienes tantas miserias” y un sin fin de expresiones parecidas. Y entonces nos entra el miedo: Si no podemos ser de Dios ¿De quién seremos? y acabamos siendo marionetas en manos de los enemigos de Dios. En vez de recurrir a la fuente de la verdad y de la vida recurrimos a nosotros mismos, y eso que ya conocemos bien nuestra inutilidad. Y acabamos … “quemados”.

En vez de desesperarnos ante nuestra miseria y nuestro pecado, negando a Dios, nos debería mover el hacer una buena y sincera confesión de nuestros pecados; a recurrir al Espíritu Santo que no nos hace “un apaño” para ir tirando, sino que nos renueva completamente, dejándonos como hombres “de última generación.” ¿Por qué tendremos tanta pereza de volvernos hacia Dios? ¿Por qué desesperamos ante la misericordia? Seremos indignos, es cierto, pero Dios hace dignas todas las cosas y nos elige no por nuestros méritos, sino conforme a su bondad: “ Y voló hacia mí uno de los serafines, con un ascua en la mano, que había cogido del altar con unas tenazas; la aplicó a mi boca y me dijo: -«Mira: esto ha tocado tus labios, ha desaparecido tu culpa, está perdonado tu pecado.» Entonces escuché la voz del Señor, que decía: -«¿A quién mandaré? ¿Quién irá por mi?» Contesté: -«Aquí estoy, mándame.»”

 La Virgen es la mujer siempre nueva, siempre actual, siempre atrayente para el corazón noble. Ella no tiene ningún miedo de acercarse a Aquel que tanto la ama, y de llevarnos a nosotros con ella.