Corintios 6, 1-11

Sal 149, 1-2. 3-4. 5-6a y 9b  

san Lucas 6, 12-19

“ En aquel tiempo, subió Jesús a la montaña a orar, y pasó la noche orando a Dios. Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos, escogió a doce de ellos y los nombró apóstoles.” En alguna ocasión podemos pensar que la vocación -ya sea al sacerdocio, a la vida religiosa o al matrimonio-, es cosa nuestra. Somos capaces de apropiarnos de cualquier cosa y ponerle delante el posesivo “mi.” Mi matrimonio, mi sacerdocio, mi vocación, mi vida,… Sin embargo cada día me convenzo más que todo depende de Dios. Jesús hace lo que quiere y llama a quien quiere. Tal vez no sean los mejores, los más preparados, los mas estupendos, pero son los que Él ha querido y con eso basta.

“ Sabéis muy bien que la gente injusta no heredará el reino de Dios. No os llaméis a engaño: los inmorales, idólatras, adúlteros, afeminados, invertidos, ladrones, codiciosos, borrachos, difamadores o estafadores no heredarán el reino de Dios. Así erais algunos antes. Pero os lavaron, os consagraron, os perdonaron en el nombre de nuestro Señor Jesucristo y por Espíritu de nuestro Dios.” San Pablo conocía bien a los pecadores, no estaba en Babia, pero también sabía que Dios podía cambiar a quien quisiera. La grandeza del cristianismo es que cualquiera, cuando se da cuenta de la misericordia de Dios en su vida, puede convertirse. No vivimos de un pasado impoluto sino de un futuro preñado de esperanza que hace cambiar nuestro presente. El Señor llama a quien quiere y, desde ese momento, podemos comenzar una vida nueva. Esa es la maravilla de Dios y la grandeza del hombre, siempre hay lugar para la conversión.

La Virgen es buena enfermera del alma, nunca nos desahucia, siempre nos presenta a Jesús que es la vida.