1 Corintios 12,12-14. 27-31a 

Sal 99, 2. 3. 4. 5  

san Lucas 7, 11-17

“Hermanos: Lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros el cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo. Todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu. El cuerpo tiene muchos miembros, no uno solo. Pues bien, vosotros sois el cuerpo de Cristo.” ¡Vaya por Dios! Esto suena demasiado igualitario, habría que quitarlo de la Biblia. La revelación nos va enseñando que todos tenemos una misma dignidad, y distintas funciones pues “Dios nos ha distribuido en la Iglesia.” Los machistas o los feministas (o machistos y feministos, ¡qué más da!), quieren marcar la igualdad en lo accesorio y la distinción radical con todos aquellos que no piensen como ellos. Ahora se habla de la “ideología de género” como si la distinción entre las personas está en que el léxico acabe en “a” o en “o” Y no se quedan ahí, como dice una de las defensoras (o defensoros) de estas ideas: “El género es una construcción cultural; por consiguiente no es ni resultado causal del sexo ni tan aparentemente fijo como el sexo. Al teorizar que el género es una construcción radicalmente independiente del sexo, el género mismo viene a ser un artificio libre de ataduras; en consecuencia hombre y masculino podrían significar tanto un cuerpo femenino como uno masculino; mujer y femenino, tanto un cuerpo masculino como uno femenino.” Es decir, lo importante es “no ser” para que otros puedan hacer contigo lo que quieran, seas madrina, padrina o procreadorcete. Sin embargo en la Iglesia se nos enseña que somos, somos hijos de Dios, redimidos por Cristo y, por lo tanto, con igual dignidad desempeñemos la función que desempeñemos que, si lo hacemos, será sólo por Gracia.

“En aquel tiempo, iba Jesús camino de una ciudad llamada Naín, e iban con él sus discípulos y mucho gentío. Cuando se acercaba a la entrada de la ciudad, resultó que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda; y un gentío considerable de la ciudad la acompañaba. Al verla el Señor, le dio lástima.” Jesús se acerca a hombres y mujeres para sanar sus heridas, la Iglesia se acerca a hombres y mujeres para sanar sus heridas. Quien o quiera darse cuenta que está herido o le encanta meterse gusanos en la herida para ver si se infecta más rápido, puede hacerlo. Pero no le pida ala Iglesia que pisotee sus heridas o le deje tirado al borde del camino. «Un gran Profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado su pueblo.» Y aunque algunos no quieran abrir la puerta, en la Iglesia seguiremos llamando.

Esta semana nos fijamos en la cruz. Junto a María contemplamos las heridas de Cristo, nuestras heridas, y las lavamos y limpiamos sabiendo que Dios Padre no dejará ni huella de ellas. Prefiero confiar más en la fuerza del Espíritu Santo que en la padrina.