1Corintios 15, 1-11

Sal 117, 1-2. 16ab-171. 28 

san Lucas 7, 36-50

Creo que me escandalizo por pocas cosas, ya me conozco bastante y he visto situaciones muy diversas. Al ser sacerdote he tenido que hablar con prostitutas, homosexuales, puteros, personas que se “beneficiaban” de animales y pecadores contra el sexto mandamiento de todo tipo. Voy a cárceles, conozco corruptos, ególatras, violadores, mentirosos, infieles, abortistas y blasfemos continuos. Entre todos tengo amigos y hablamos de vez en cuando. Entre los sacerdotes conozco los que han dejado el ministerio sin más, los casados tres veces, los apóstatas y los renegados. Siempre tienen mi puerta abierta. Creo que comprendo bastante las debilidades humanas (podrían ser las mías), y confío en la misericordia de Dios. Pero hoy he visto algo que creo que no me ha llegado a escandalizar, pero me ha dejado el alma triste. En un lugar eminentemente religioso entraban dos sacerdotes (perfectamente disfrazados de laicos), en un descapotable. No entiendo nada de coches, tal vez los descapotables sean más baratos por no tener techo (al menos cuando lo vi, luego se que se cierra algo y cuestan más que un vehículo normal). Me podrán decir que el Papa lleva el “Papa-móvil” o que otros tienen coches mejores. Es verdad pero el Papa no creo que vaya metido en una pecera por gusto y que otros son más ricos. Lo que me ha llenado la tristeza es la cara de prepotencia que llevaban esos dos sacerdotes, como si estuviesen cumpliendo sus sueños y viniesen a que los vieran en ese “cochazo” (que tampoco era la octava maravilla del mundo). Todo esto es un juicio de valor y me confesaré por hacerlo -seguro que son más santos que yo-, pero sólo me sirve de ejemplo y dejo de juzgar y me pongo a rezar por ellos.

«¿Ves a esta mujer? Cuando yo entré en tu casa, no me pusiste agua para los pies; ella, en cambio, me ha lavado los pies con sus lágrimas y me los ha enjugado con su pelo. Tú no me besaste; ella, en cambio, desde que entró, no ha dejado de besarme los pies. Tú no me ungiste la cabeza con ungüento; ella, en cambio, me ha ungido los pies con perfume. Por eso te digo: sus muchos pecados están perdonados, porque tiene mucho amor; pero al que poco se le perdona, poco ama.» Ser sacerdote es saber que eres un pecador que se pone a los pies de Cristo dando lo mejor que tienes y has recibido. Y reconoces a Cristo en tus feligreses, en los pobres, en los pecadores. Es saber que siempre empiezas desde abajo y, lo que puedes dar, es por que lo has recibido de la Iglesia en la ordenación sacerdotal. Por eso no entiendo que un sacerdote presuma de otra cosa que no sea ser sacerdote. Ese es mi orgullo, el resto mi corona (de espinas). Cuando oigo hablar de sacerdotes prepotentes y mandones procuro defenderlos, pero muchas veces te quedas sin argumentos. Jesús sabe que somos pecadores, cuenta con nuestras miserias (a veces los feligreses no perdonan ni media), pero a pesar de ellas hace maravillas. Cada uno tendríamos que estar dispuestos a decir con San Pablo: “Porque yo soy el menor de los apóstoles y no soy digno de llamarme apóstol, porque he perseguido a la Iglesia de Dios. Pero por la gracia de Dios soy lo que soy, y su gracia no se ha frustrado en mí.” Sólo tenemos lo que hemos recibido, y eso es lo único que podemos dar. Por eso me ha llamado tanto la atención ver a dos sacerdotes con cara de ser más por lo que conducían que por lo que son. Tal vez sea envidia pues ahora no tengo carnet de conducir y estoy seguro que me he equivocado en todas mis apreciaciones, pero también sé que muchos de nuestros feligreses nos juzgan por esas cosas pequeñas y les escandalizamos. Presumir de algo es lo que menos “pega” a un sacerdote (y tantas veces lo hacemos, al menos yo)pues so hemos de gloriarnos de algo que sea en la cruz de nuestro Señor Jesucristo.

Nuestro amor para Dios, sea en un descapotable o en una burra vieja, pero os pido para que los sacerdotes no demos demasiados malos ejemplos, aunque sea con la mejor voluntad. Seguro que esos sacerdotes hacen muchas mejores cosas que yo (no los conozco), pero seguro que la gracia de Dios trabaja más en ellos, “Pues bien; tanto ellos como yo esto es lo que predicamos; esto es lo que habéis creído.”

Nuestra Madre la Virgen se sienta hasta en un descapotable. Había un adorno para los coches (bastante feo normalmente), que decía: “Yo conduzco, Ella me guía” y la imagen de la patrona del pueblo en medio. Pues conduzca un descapotable o vaya andando, que ella nos guíe.

Posdata: Me escandalizo por tonterías, pero soy así, algún día cambiaré.