Proverbios 21, 1-6. 10-13 

 Sal 118, 1. 27. 30. 34. 35. 44  

san Lucas 8, l9-21

“-«Mi madre y mis hermanos son éstos: los que escuchan la palabra de Dios y la ponen por obra.»”. Si nos preguntasen por el primer mandamiento, no dudaríamos en responder “amarás a Dios sobre todas las cosas”. Sin embargo, si acudimos a la Biblia, encontramos: “Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor. Amarás al Señor tu Dios con todo el corazón…” (Dt 6, 4-5). Da la impresión de que existiera un mandamiento previo, un imperativo necesario para poder entender y cumplir cualquier mandato: “¡Escucha!”.

Parece fácil, pero no lo es. Muchos cristianos se acercan a la Escritura como se acercarían a un libro de cocina o a las fábulas de Esopo: buscan una receta, una pauta de comportamiento, ¡una moraleja! Entonces a la Palabra no se la escucha, se la atropella en busca de algo que está fuera de Ella. Al abrir la Biblia, se ha formulado una pregunta: “¿qué debo hacer?”, y el hombre se acerca a la Escritura exigiéndole una respuesta como se acercaría a la máquina de refrescos en busca de limonada… Pero eso no es escuchar, sino utilizar. La única pregunta capaz de suscitar la escucha es ésta: “Señor, ¿qué quieres decirme hoy?”.

“Practicar el derecho y la justicia Dios lo prefiere a los sacrificios”. Ante esta Palabra puedo cerrar los ojos y examinarme: “soy un hipócrita. ¡Mucho sacrificio, mucha oración, mucha misa… Pero luego trato mal a todo el mundo! Perdón, Señor”.

Después haría un propósito para mejorar, le pediría ayuda a Dios para cumplirlo, y concluiría. No digo yo que sea mala oración. Pero, si hiciera esto, no habría escuchado la Palabra; habría pasado por encima de Ella para acabar pensando en mí mismo de modo piadoso. Sin embargo, la Palabra no habla principalmente del hombre, sino de Dios: Él es el Sujeto gramatical de la frase. Dios me está diciendo cómo es, me está revelando sus secretos… Y yo, mientras tanto, estoy rebuscando entre mi miseria sin escuchar sus confidencias.

Repite la frase en tu interior una y otra vez y aprende cómo es tu Dios. Dios mira a los hombres, los mira porque los ama, y busca complacerse en ellos. Le complacen, sí, los sacrificios, pero hay algo que le complace más: la vida entera del hombre, su voluntad y su libre albedrío derramado en sacrificio por amor a su Señor… Ya estás en el Calvario: contempla al Hijo, ofreciendo en libación su Cuerpo, su Corazón y sus fuerzas para justificarnos, y observa detenidamente la mirada complacida, tierna, amable del Padre sobre su Hijo. Deja, mientras tanto, que resuene una y otra vez la frase, como una música de fondo: “Practicar el derecho y la justicia Dios lo prefiere a los sacrificios”… Rápidamente viene a la mente otra frase, de un salmo: “sacrificio y ofrenda no quisiste, pero me has preparado un cuerpo. Aquí estoy, Señor, para hacer tu Voluntad” (Sal 39)… Detente y contempla, no tengas prisa. Ya sacarás propósitos más tarde. Y, aunque no los saques… Has crecido en amor. Has escuchado, has contemplado, has guardado la Palabra en el corazón como María. Ya eres hermano de Cristo.