Santa Madre de Dios de Begoña. Santos: María Soledad Torres Acosta, fundadora de las Siervas de María; Sisinio, arzobispo; Nicasio, Germán, Eupilo, Nectario, Agilberto, Fermín, obispos; Quirino, Anastasio, presbíteros; Escubículo, Plácido, Ginés, Táraco, Probo, Andrónico, Sármatas, Zenaida, Filonila, Ampodio, Fausto, Enero, Marcial, Marcelo, Joviniano, mártires; Piencia, virgen y mártir; Emiliano, Gumaro, confesores; Plácida, virgen; Venancio, Canico, abades; Miguel, monje.

Es mujer bien corriente. Madrileña de nacimiento registrado el 2 de diciembre de 1826, algo fea, de familia pobre y con poca salud; como dote interna poseía un tesón formidable que le ayudó a no dejar el camino iniciado.

No son los días mejores para andar con soflamas religiosas. Hay sueños de libertad, revolución y progreso; incluso se respira en el ambiente un cierto tufillo anticlerical. Pero los problemas humanos están allí donde hay hombres y la caridad cristiana tampoco ha de faltar donde hay necesidad. Un sacerdote celoso, Miguel Martínez, no vive por las necesidades de sus fieles; una de las importantes es el descuido y soledad de tanto enfermo sufriente y luego moriente en su propia casa. Busca solución entre las buenas gentes que conoce; se necesitan mujeres piadosas y caritativas que pongan mano en esa fenomenal y ardua labor que hará presente a la Iglesia con su testimonio de caridad, prestando atención en el propio domicilio de los enfermos y ayudándoles a bien morir. Sueña con fundar un instituto.

Viviana Antonia Manuela Torres Acosta nació en la calle Flor Baja en el seno de una familia trabajadora. Va a la escuela que tienen en la calle Amaniel las hijas de San Vicente de Paúl y aprende las labores caseras al lado de su madre. Oyó hablar del proyecto del coadjutor de Chamberí y allí va a ofrecerse para la labor. No hay suerte; ni su presencia, ni su salud le parecen adecuadas al sacerdote para lo que él intenta. Aquella entrevista primera ha sido fría y solo han quedado en que antes de decidirse ha de pensar bien su decisión.

El 15 de agosto de 1815 toma el hábito del nuevo Instituto de Siervas de María con otras seis compañeras. Ya hay constituciones que determinan como fin la asistencia a los enfermos en sus domicilios, sin remuneración alguna. Y comienza la labor de caridad.

Pero pronto comienzan las dificultades. El trabajo se acumula por la peste que ha invadido Europa y ha llegado a Madrid. Los hospitales están a tope y muchos piden la atención de las nuevas monjas. Entonces se hace palpable que aquello adolece de precipitación, no han recibido la formación precisa, faltan raíces. Aquellas buenas mujeres van poco a poco claudicando, porque no son capaces de responder a las nuevas responsabilidades contraídas y se ve que no están del todo dispuestas a vivir sin comodidad. Por si fuera poco, se presentó el fantasma de la escisión en la comunidad añadido a las defecciones primeras, y el Gobierno tampoco da vía libre para la aprobación de los estatutos, poniendo todas las trabas posibles y empleando dilaciones inimaginables.

Otro factor agrava la situación: el sacerdote que las animó las deja solas al marcharse a las misiones de Madagascar; se quedan desatendidas en manos de un presbítero que brillaba por su inexperiencia y por la falta de celo en ese campo de la pastoral.

Está a punto de desaparecer el Instituto por decisión de las autoridades eclesiásticas; menos mal que otro sacerdote sabrá entenderlas, levantar el ánimo de aquellas buenas mujeres, poner paz y hacer que tome nuevo impulso el Instituto: Gabino Sánchez será el hombre providencial que dará respiro a este tiempo de prueba, consiguiendo la reposición de María Soledad como priora y facilitando que todo vuelva a la normalidad. La reina Isabel II tomó a Soledad bajo su protección, el Gobierno aprobó sus constituciones y la Junta de Beneficencia puso en manos del Instituto la atención de todas las casas de socorro del primer distrito madrileño.

Las nuevas casas del Instituto de Siervas de María las abre la madre Soledad.

A su labor de dirección atenta, delicada, clara y exigente, sostenida por una sana piedad, añade la de formar en el espíritu primero a las vocaciones que Dios regala. Imprime con la constancia que le caracteriza impulso sobrenatural y apostólico hasta llegar a plantearse el paso a Cuba y conseguirlo. La labor de dirección no es obstáculo para que Soledad realice con mucho amor de Dios, con admirable espíritu de trabajo y con el buen humor de siempre las tareas más sencillas de limpiar, cocinar, barrer y prestar atención personal a los enfermos.

Muere en Madrid en el año 1887 a los sesenta y un años de edad.

La Iglesia dará su aprobación en 1898.

Fue beatificada por el papa Pío XII el 5 de febrero de 1950 y Pablo VI la canonizó el 25 de enero de 1970.

Madrid tiene la honra de ofrecer al mundo una santa actual que hace presente el mensaje siempre vivo de la caridad, facilitando así la credibilidad de la Iglesia.