San Pablo a los Efesios 6, 10-20  

 Sal 143, 1. 2. 9-10   

San Lucas 13, 31-35

“Hermanos: Buscad vuestra fuerza en el Señor y en su invencible poder. Poneos las armas que Dios os da, para poder resistir a las estratagemas del diablo, porque nuestra lucha no es contra hombres de carne y hueso, sino contra los principados, autoridades y poderes que dominan este mundo de tinieblas, contra las fuerzas sobrehumanas y supremas del mal. Por eso, tomad las armas de Dios, para poder resistir en el día fatal y, después de actuar a fondo, mantener las posiciones. Estad firmes, repito: abrochaos el cinturón de la verdad, por coraza poneos la justicia; bien calzados para estar dispuestos a anunciar el Evangelio de la paz. Y, por supuesto, tened embrazado el escudo de la fe, donde se apagarán las flechas incendiarias del malo. Tomad por casco la salvación y por espada la del Espíritu, es decir, la palabra de Dios, insistiendo y pidiendo en la oración. Orad en toda ocasión con la ayuda del Espíritu. Tened vigilias en que oréis con constancia por todos los santos. Pedid también por mí, para que Dios abra mi boca y me conceda palabras que anuncien sin temor el misterio contenido en el Evangelio, del que soy embajador en cadenas. Pedid que tenga valor para hablar de él como debo.” Copio entera la primera lectura, aunque el comentario sea más largo, pues ilustra muy bien la respuesta que le he dado a nuestra amiga psicóloga. La culpa del alma es como el dolor en el cuerpo. El dolor es un síntoma para ir al médico, si no existiera el dolor nos quemaríamos, rozaríamos, nos cortaríamos o cualquier cosa sin ir a que nos curen. Del dolor hay que buscar las causas y sanarlas. Pero si el dolor fuera simplemente dolor, sin causas, habrá que paliarlo con morfina o lo que se lleve ahora. Para el psicologísta la culpa no tiene perdón, luego lo mejor es anularla, evitarla, huir de ella. Así no se da cuenta uno de que necesita ir a aquel que puede curarle. Pero el poder del Señor es invencible. Jesús en la cruz ha asumido todas nuestras culpas, las ha curado, nos ha redimido. Entonces la culpa tiene perdón y, por lo tanto, lo sano es reconocerla para poder resistir las estratagemas del diablo, pues las flechas del malo se pueden apagar. Uno puede elegir vivir a oscuras, pero sin duda es mejor vivir a la luz. Lo que no vemos existe, por mucho que nos empeñemos en no mirar. También existen hipocondriacos del alma, que creen que les duele algo sin causa, pero les encanta sentirse culpables. Esos tiene que ir al psiquiatra habitualmente.

“Se acercaron unos fariseos a decirle: -«Márchate de aquí, porque Herodes quiere matarte.» Él contestó: -«ld a decirle a ese zorro: “Hoy y mañana seguiré curando y echando demonios; pasado mañana llego a mi término.” Herodes quería acabar con la culpa, y atacó a aquel que podía curarlo. Así hacen muchos hoy. Quieren acabar con Dios pues no quieren verse curados, pues no reconocen que están enfermos. Es tan triste como educar a alguien negándole la realidad de la muerte, como si su ignorancia le fuese a hacer inmortal.

¡Qué difícil es encontrar psicólogos o psiquiatras católicos de verdad! (Aunque los hay, y estupendos). Muchos prefieren acabar con la Gracia y negarle la existencia al Espíritu Santo. Como si San Pablo creyese que predicaba bien (y alguno se le durmió en su predicación cayéndose por la ventana) por su ciencia y no por el valor que le daba el Espíritu Santo en él.

“El poderoso ha hecho obras grandes por mi.” Eso lo puede decir nuestra madre la Virgen, y lo dirá de nosotros si seguimos confiando en la misericordia de Dios, que no nos “trata” sino que nos perdona. Entonces no hay nada que ocultar, todo es posible. Prefiero la luz.