san Pablo a los Filipenses 2, 5-11 

 Sal 21, 26b-27. 28-30a. 31-32 

san Lucas 14, 15-24

Pablo exhorta a quienes él había evangelizado, convirtiéndolos a Cristo, cuya comunidad había puesto en pie, personas que conocía cara a cara, de los que tenía muy presente, con honda pena, problemas y malquerencias, a los que dejó con desgarro para proseguir sus correrías evangelizadoras, para que tengan sentimientos distintos a los que parece están dejando nacer entre ellos. Pues la fe en Jesucristo se convierte en comportamientos explícitos que nada tendrían que ver con los que empiezan a ser los suyos. ¿Cómo?, ¿cuáles?, ¿dónde mirar?

Tengamos los mismos sentimientos que se dieron en Cristo.

Incorpora Pablo, seguramente, un himno cristiano sobre el comportamiento de Cristo. Himno poetizado, muy distinto de sus propias maneras de escribir. ¿Lo compuso él? Todo parece indicar que se trata de algo que los filipenses conocían bien al utilizarlo en su liturgia. Como la carta fue escrita en la segunda mitad de los años cincuenta, eso indica que un texto con una cristología tan “moderna”, en la que Cristo se rebaja desde su posición divina y es exaltado hasta el mismo seno de Dios, nos da un ejemplo de cómo los puntos clave de la teología posterior, y de siempre, vienen de muy pocos, poquísimos años después de la muerte en cruz. Eran de uso común antes de las cartas de Pablo, los primeros escritos del Nuevo Testamento. Nada de exaltadas invenciones posteriores de mediados o finales del siglo segundo, como demasiadas veces se sigue diciendo.

Es clara la función retórica del himno con una finalidad ética: un ejemplo a seguir que se basa en el elogio. Ejemplo del mismo Cristo. En el contexto del himno, la mención de la cruz es, de cierto, un añadido de Pablo al texto hímnico, que no mencionaría de principio la finalidad salvífica de la muerte de Cristo. Pero Pablo lo retoma tal cual como cosa suya, porque aquí le está dando una finalidad ética; por eso sus insistencias y silencios. El abajamiento, la kénosis, sin que aparezca en el himno —excepto en el añadido paulino— la dimensión salvífica para nosotros del itinerario de Cristo. Todo ello retomado en un contexto paulino en extremo centrado en la salvación por la cruz.

“Y así” —he aquí por qué— marca con claridad dos partes del himno, pues determina el momento del paso de la iniciativa de anonadamiento de Cristo a la reacción de Dios. En la segunda parte, Cristo no tiene ninguna iniciativa, nada hace, es sólo objeto de bienhaceres de parte de Dios y de adoración/exaltación de todo lo creado; lo creado está como envuelto en/por el señorío de Cristo. Yendo a la primera parte, en la que Cristo es el sujeto de todos los verbos, podemos ver que su iniciativa entra en un movimiento de anonadamiento que le conduce hasta la muerte en cruz. Su identidad, en continuo movimiento, tiene un aspecto fluido, opaco, sin título alguno que fijaría ya su identidad y estatuto. Es una identidad que expresa un continuo ir-hacia-el-hombre, un-ser-como-cualquier-hombre, para compartir la suerte de los humillados. En la segunda parte, por el contrario, se traza un movimiento contrapuesto al anonadamiento, una hiperexaltación, el don de una identidad neta, estable, definitiva. Cristo recibe un nombre y un título: Señor, asociándolo Dios para siempre a su propia señoría universal. En la primera, Cristo quiere ser-como y en relación al hombre; a partir de ahora es la totalidad de lo creado quien obra en relación con él y le está definitivamente sometido.