Comentario Pastoral
TENER TALENTO

La palabra «talento» hace referencia, en la parábola evangélica que se lee en la Misa de este penúltimo domingo del tiempo ordinario, a una moneda imaginaria de los antiguos griegos y romanos. Pero en el lenguaje actual tiene otro sentido; significa don de la inteligencia y brillante capacidad intelectual. También puede servir para designar el conjunto de dones con que Dios enriquece a los hombres: fortuna, nacimiento, sabiduría, fuerza, belleza, bondad.

Dios nos hace el don inmerecido, gratuito, casi inconcebible, de cinco, dos y un talento; a cada cual según su capacidad. Normalmente la admiración humana se basa en los dones que ha recibido una persona. Pero Dios, el único que sabe lo que nos ha repartido, presta toda la atención a lo que se ha obtenido con los talentos que nos dió antes. No valen disculpas por haber recibido poco. Por eso es difícil de justificar la actitud del siervo perezoso, ingrato y enfadado, que teme perder su único talento, que no es suyo porque han de reclamárselo.

El que entierra su talento, entierra su capacidad de amar, esperar y hacer. Es muy importante saber que todo don recibido es una deuda a pagar. Temamos poseer cuando no somos capaces de hacer y devolver. Nunca hay que olvidar que no basta devolver lo mismo, pues es una ingratitud hacia el dador. La pasividad negligente provoca el despojo de lo que se posee. Es preciso vencer constantemente la tentación de la falsa seguridad que termina en inmovilismo.

El patrón de la parábola deja a sus empleados un amplio espacio de autonomía y de maniobra, para que cada uno trafique el capital recibido según su propio estilo. Se puede reaccionar con sabio esfuerzo personal que termina en ganancia, o abandonarse como un parásito buscando la simple sobrevivencia y la tranquilidad inerte.

La interpretación de la parábola de los talentos no puede reducirse a subrayar únicamente el deber de fructificar con los dones recibidos. Su sentido general está especificado en el premio y en el castigo final, que trascienden los límites del ajuste de cuentas. Más que el simple empeño por desarrollar bien las propias dotes, la parábola subraya la importancia de la aceptación, eficaz y activa, don de la salvación, para que crezca en bien de todos.

El empleado negligente y holgazán, el del único talento, puede recordarnos a todos el peligro del temor, que transforma la religión en un cumplir y conservar los mínimos legales requeridos. Esta actitud dificulta la entrada en el banquete del Señor.

Andrés Pardo

 



Palabra de Dios:

Proverbios 31, 10-13. 19-20. 30-31 Sal 127, 1-2. 3. 4-5
san Pablo a los Tesalonicenses 5, 1-6 san Mateo 25, 14-30

Comprender la Palabra

La Escritura y, en especial los libros sapienciales, insisten con frecuencia en dos aspectos: que la ociosidad es fuente de muchos males; y que la hacendosidad, por el contrario, es fuente de muchos bienes. El autor del Libro de los Proverbios contempla la realidad familiar desde la mirada de Dios. En Israel todo se contempla desde Dios. Entre todas las cualidades de la mujer sobresale el temor de Dios que sintetiza el conjunto de virtudes y actitudes que definen una vida virtuosa. Hacendosa y virtuosa son dos cualidades envidiables de la mujer. Hoy también sigue siendo necesaria la visión del temor de Dios traducido como el conjunto armonioso de las cualidades necesarias para educar a la prole para una vida humana futura digna y una visión religiosa. Nuestro mundo necesita esta visión, actualizada, de la misión de la mujer en el hogar en todos los planos: es una maestra, un modelo donde mirar, un corazón que pone en el hogar algo muy específico suyo.

La Carta a los Tesalonicenses contiene una serie de exhortaciones con la Parusía de fondo. En esta segunda parte de la epístola, la atención del apóstol Pablo se centra sobre todo en el presente y el futuro, es decir, la venida gloriosa del Señor. La abundante utilización de imperativos verbales expresa que no se puede separar la doctrina y el comportamiento. La insistencia en la vigilancia ocupa una buena parte de la predicación de Jesús, por lo que Pablo siente la necesidad de advertir y exhortar a los creyentes que es necesario vigilar. Estemos vigilantes y vivamos sobriamente. Es necesario tomar en serio el hoy de Dios que nos permite utilizar y aprovechar el tiempo que se nos concede. Vigila atentamente el que espera firmemente, el que ama intensamente. Vigilar supone alimentar el deseo de poseer lo que se nos promete como plenitud de realización y felicidad. Es necesario tomar en serio la situación del prójimo que me acompaña en el camino, madurar en el Evangelio cada día y hacer realidad ya en el tiempo, como primicia, lo que será el reino en su etapa final.

El contexto del pasaje evangélico de Mateo (25,14-30) que leemos este penúltimo domingo del Año litúrgico, son las exhortaciones de Jesús a sus discípulos sobre los acontecimientos finales y la actitud que se ha de mantener ante ellos. Con parábolas o en estilo directo, el evangelista quiere advertir a los discípulos que el Señor volverá definitivamente y con toda seguridad; aunque se retrase este retorno, es necesario estar siempre preparados porque puede volver en cualquier momento. Es necesario que los discípulos de Jesús seamos hoy testigos de esperanza, testigos de una gran esperanza que colma todos los anhelos del hombre cuando busca el sentido de su existir, la necesidad de felicidad y la plenitud de vida. El Evangelio es para nosotros y ahora. El día señalado por el Señor para su retorno definitivo no puede estar encadenado a nuestros cálculos o previsiones. Un camino abierto iluminado por la confianza plena en Aquel que nunca nos defrauda.

El mensaje de la parábola es advertir de la necesidad de ponerse a trabajar con los dones que Dios nos ha concedido, con la mirada puesta en la meta final de la esperanza, o aún mejor dicho, hacer de la esperanza del final, un aliciente y un compromiso para el presente: fidelidad y realización de la propia tarea. El resto está en las manos del Señor que dirige la historia con sabiduría, ponderación y amor generoso.

Ángel Fontcuberta


al ritmo de las celebraciones

SOLEMNIDAD DE JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO.


Esta solemnidad que se celebra el Domingo XXXIV del Tiempo Ordinario fue instituida por el Papa Pío XI con la encíclica Quas Primas el 11 de diciembre de 1925. A raíz de la reformalitúrgica del Concilio Vaticano II ha adquirido un sentido más espiritual y escatológico. Para acentuar este último aspecto ha sido colocada al final del Año litúrgico, el último domingo del Tiempo Ordinario.

La Colecta de la Misa expresa el aspecto, netamente cristológico, de la solemnidad: «Dios todopoderoso y eterno que quisiste fundar todas las cosas en tu Hijo muy amado, Rey del Universo: haz que toda la creación, liberada de la esclavitud del pecado, sirva a tu majestad y te glorifique sin fin». El señorío de Cristo se extiende a toda la creación (cf. Col 1,12-20).

El ciclo de lecturas del año A presenta a Cristo como Pastor de la humanidad y como Juez supremo de vivos y muertos. Jesús, sentado en el trono de su gloria, separará de la misma manera
que el pastor separa a las ovejas de las cabras, a los que heredarán el Reino de los Cielos por su buen comportamiento, de los que no podrán accedeer a él por no haber imitado su ejemplo de entrega y caridad (cf. Mt 25,31-46: evangelio; Ez 34,11-12. 15.17: 1ª lectura).

El Prefacio presenta a Jesucristo no sólo como Rey del Universo sino como Sacerdote eterno, ungido por el Padre con óleo de alegría, que se ofrece «como víctima perfecta y pacificadora en el
altar de la Cruz», para consumar así el misterio de la redención humana. Sometiendo a su poder la creación entera, entrega a Dios «un reino eterno y universal: el reino de la verdad y la vida, el reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz».

Si en la Oración sobre las ofrendas se pide a Dios que Cristo, su Hijo «conceda a todos los pueblos el don de la paz y la unidad»; en la Oración después de la comunión se pide al Padre que podamos vivir eternamente en el reino del cielo con Cristo, Rey del Universo, aquellos que nos gloriamos de obedecer sus mandatos.


Ángel Fontcuberta

Para la Semana

Lunes17:
Santa Isabel de Hungría. Memoria.

Ap 1,1-4; 2,1-5a. Recuerda de dónde has caído y arrepiéntete.

Sal 1. Al que salga vencedor le daré a comer del árbol de la vida.

Lc 18,35-43. ¿Qué quieres que haga por tí? Señor, que vea otra vez.
Martes 18:
Ap 3,1-6,14-22. Si alguien me abre, entraré y comeremos juntos.

Sal 14. Al que salga vencedor lo sentaré en mi trono, junto a mí.

Lc 19,1-10. El Hijo del Hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido.
Miércoles 19:
Ap 4,1-11. Santo es el Señor, soberano de todo: el que era y es y viene.

Sal 150. Santo, Santo, Santo es el Señor, soberano de todo.

Lc 19,11-28: ¿Por qué no pusiste mi dinero en el banco?
Jueves 20:
Ap 5,1-10. El Cordero fue degollado y con su sangre nos compró de toda nación.

Sal 149. Has hecho de nosotros para nuestro Dios un reino de sacerdotes.

Lc 19,41-44. ¡Si comprendieras lo que conduce a la paz!
Viernes 21:
La Presentación de la Santísima Virgen

Ap 10,8-11. Cogí el libro y me lo comí.

Sal 118. ¡Qué dulce al paladar tu promesa!.

Lc 19,45-48. Habéis convertido la casa de Dios en una cueva de bandidos.
Sábado 22:
Santa Cecilia, virgen y mártir. Memoria.

Ap 11,4-12. Estos dos profetas eran un tormento para los habitantes de la tierra.

Sal 143. Bendito el Señor, mi Roca.

Lc 20,27-40. No es Dios de muertos, sino de vivos.