Apocalipsis 18, 1-2. 21-23; 19, 1-3. 9a

Sal 99, 2. 3. 4. 5  

san Lucas 21, 20-28

En el Evangelio de hoy encontramos un contraste que no deja de llamar la atención. Por una parte se anuncian calamidades pero, al mismo tiempo se indica que han de preceder a la liberación de los elegidos, de los amados de Dios.

Los últimos días del año litúrgico, al igual que el tiempo de Adviento que se acerca, nos invitan a reflexionar sobre la segunda venida de Jesucristo. Es este un tema al que dedicamos poco tiempo quizás porque pensamos que, antes de que esta suceda, ya habremos muerto. Sin embargo, la certeza de que el Señor volverá en poder y majestad, es un gran motivo de esperanza. La salvación ya está operante en el mundo. Jesús resucitado actúa en los hombres y comunica su gracia. Pero esa salvación aún no se ha manifestado en todo su esplendor.

No hace mucho tiempo el físico Stephen Hawking dijo, en una entrevista que le realizaron en Santiago de Compostela, que el mundo colapsaría pronto (pueden ser cientos o miles de millones de años, no importa). Astronómicamente no era un tiempo muy grande. Ante ese hecho podemos pensar que la vida humana desaparecerá y se transformará en materia o energía (es lo que pensaría un materialista). Cabe, desde esa postura intelectual desesperarse o bien vivir frenéticamente aprovechando los placeres que se nos permitan.

La esperanza cristiana apunta en otra dirección. Por una parte ve la historia dentro del designio de Dios. Ello no significa que las leyes físicas no tengan su propia autonomía o que el hombre no sea verdaderamente responsable de su historia. El dato de la fe a lo que apunta es al hecho de que nada escapa al designio salvífico de Dios. Por eso podemos estar en vela con el corazón confiado. Frente a un mundo que nos puede sorprender en cualquier momento por una serie de causalidades azarosas o no, el cristiano sabe que Dios nunca le abandona y que todo está dispuesto para su bien. Eso conlleva la paz de corazón y la serenidad en todo l que hacemos.

Jesús no oculta que pueden llegar momentos de gran persecución y sufrimiento. Sin embargo vincula el momento más cruel de estas a la pronta liberación. Cuando pensamos en las persecuciones que pueden desatarse es fácil considerar que quizás vienen a consecuencia de la desesperanza, que puede acabar inclinando a los hombres a lo peor (al pesimismo y a la crueldad).

Per Jesús, el Cordero, vence. Nosotros estamos seguros de ello y mientras esperamos que se muestre en su totalidad su victoria esperamos confiados. Que la Virgen María nos ayude a permanecer firmes en la fe.