Ya lo siento, pero Facebook me ha superado. ¿Por qué llamaba amigos a un montón de gente con la que nunca he hablado? ¿Por qué mi pantalla me decía que Gustavo había desayunado rosquillas en Canarias si no me interesaba nada? ¿Por qué tenía que saber quién estaba conectado en cada momento en vez de estar trabajando? ¿Por qué me recordaba cada diez días que hacía mucho que no me conectaba? Ciertamente estaba bien que te recordase los cumpleaños, pero lo que me ha superado es ¿por qué está tan escondido el botón de “salir”? Con lo sencillo que es estar con un amigo lo complicado que lo ha hecho la tecnología. Sin duda tendrá cosas buenas, muy buenas que superan mi ignorancia, pero no me interesan demasiado los amigos y seguidores virtuales ni cosas que promuevan la curiosidad sin sentido.

“Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y a los entendidos, y las has revelado a la gente sencilla.” Conocí a un sacerdote que perdió la fe por investigar cosas rarísimas en Internet, llegando a la conclusión de que Jesús nunca había existido. Era tan complicado su razonamiento que cada vez que llamaba por teléfono se empeñaba en contártelo y podías pasar casi una hora hasta que conseguías que callase. La gente sencilla no es la gente simple, sino aquella que ve la luz y se deja iluminar e ilumina, sin tener que darte una teórica sobre la existencia de los fotones. La gente sencilla llega al corazón e ilumina la cabeza, los complicados quieren cambiarte la cabeza para que llames luz a la oscuridad. El Espíritu de sabiduría es el que nos hace sencillos: “Aquel día, brotará un renuevo del tronco de Jesé, y de su raíz florecerá un vástago.

Sobre él se posará el espíritu del Señor: espíritu de prudencia y sabiduría, espíritu de consejo y valentía, espíritu de ciencia y temor del Señor. Le inspirará el temor del Señor. No juzgará por apariencias ni sentenciará sólo de oídas; juzgará a los pobres con justicia, con rectitud a los desamparados.” Por eso en Adviento no nos dedicamos a discutir cómo vendrá el Señor, si en un relámpago o en un caballo bayo, sino a anunciar que el Señor viene, que es lo fundamental.

«¡Dichosos los ojos que ven lo que vosotros veis! Porque os digo que muchos profetas y reyes desearon ver lo que veis vosotros, y no lo vieron; y oír lo que oís, y no lo oyeron.» Corremos el peligro de tener muchas distracciones y volvernos seguidores virtuales del Señor. Hemos dado a “añadir a mis amigos” pero nunca nos hemos encontrado con él, ni le hemos escuchado ni le seguimos. Y entonces miramos sin ver y oímos sin escuchar. De vez en cuando nos sale que es su cumpleaños o que ha organizado algún evento al que “tal vez asista”, pero poco más. Comenzando el Adviento tenemos que ser capaces de cerrar el ordenador (es estúpido que lo diga por este medio, pero ojalá lo hagas), y miremos a Jesús que viene, anhelemos su venida y hagamos a muchos velar y orar. Encontrarse con Cristo es necesario y sólo lo conseguiremos si somos sencillos. “Y dejándolo todo le siguieron”.

Preparamos la fiesta de la Inmaculada y no te contentes con hacer clic en “me gusta”, dedica ratos a estar con ella, a estar en su regazo, a dejarte iluminar y a acompañarla en la soledad en la que tanto tiempo la dejamos sus hijos. Y la Virgen sencilla iluminará tu vida. Date de alta en Cristo.