Comentario Pastoral
«ALLANAD EL CAMINO DEL SEÑOR»

Posiblemente Juan Bautista, vestido con piel de camello y con rostro austero y curtido por el sol y el viento del desierto, asustaba a los niños que le veían. Y al hablar de penitencia y de conversión, impresionaba a los mayores. Pero, a pesar de todo, la gente le seguía y hacía caso, porque se daba cuenta de que era un hombre sincero, que no se buscaba a sí mismo. En el evangelio de este tercer domingo de Adviento, se lee la respuesta que dió a los sacerdotes y levitas que le preguntaban «quién era»: Yo no soy el Mesías, ni Elías, ni el Profeta; soy «la voz que grita en el desierto: allanad el camino del Señor». Juan es la voz libre, sincera, testimonial, anunciadora, exigente, que vale la pena escuchar.

Juan nos lo recuerda: la vida es un camino. Debe ser camino transitable, sin baches, llano; camino con rumbo y destino. Nosotros lo entendemos cuando, al ver que alguien en el plano moral no obra rectamente, afirmamos que no va por buen camino. Aunque es verdad que el simbolismo real del camino no significa para nosotros hoy lo mismo que para los peregrinos medievales a Compostela o los nómadas de Oriente.

Desde que Abrahám se puso en camino para responder a la llamada de Dios, comenzó una inmensa aventura para el hombre creyente: reconocer y seguir los caminos desconcertantes de Dios. El «éxodo» israelita es el ejemplo privilegiado; un largo caminar por el desierto condujo al pueblo elegido desde el Egipto de la esclavitud a la tierra prometida. El mar mismo se abrió y se hizo camino de liberación. Después de esta dura experiencia de marcha, que fue la gran prueba de fidelidad a Dios, el pueblo llega al lugar de reposo y de dicha.

Al quedar Israel instalado en la tierra prometida, debe seguir caminando por el camino del Señor, que es la ley y los preceptos de la alianza. Desobedecer la ley es extraviarse, entrar en una senda que lleva a la catástrofe. Por eso la ruta de la salvación es siempre camino de conversión y de vuelta a Dios.

Cuando Juan grita la necesidad de hacer llano el camino del Señor, está señalando a Cristo, que es el camino, la verdad y la vida. Cristo ha sido el que nos ha franqueado el camino definitivo de vuelta al Padre, enseñándonos con su obediencia y su muerte la ruta de la resurrección. Por eso los cristianos sabemos que hallar el recto camino es encontrarnos con la persona de Jesús.

«Allanar el camino del Señor» es emprender una marcha de conversión hacia Cristo, que viene a nosotros.

Andrés Pardo

 

 

 

Palabra de Dios:

Isaías 61,1-2a.10-11 Lc 1, 46-48. 49-50. 53-54
san Pablo a los Tesalonicenses 5,16-24 san Juan 1, 6-8. 19-28

Comprender la Palabra

La primera lectura junta las primeras y últimas frases de un cántico de esperanza realizada, que abarca todo el capítulo 61 de Isaías. En el fragmento inicial (1-2) habla el profeta-ungido de Yahvé. Su misión es anunciar al pueblo el gozo de la restauración de Israel a la vuelta del destierro de Babilonia. Ya amanece el día de Dios. Tiempo de gracia y libertad. En el fragmento conclusivo (10-11), la nueva Jerusalén responde al favor de Dios con un canto de gratitud.

Pablo nos enseña en su carta a los Tesalonicenses a saborear en oración, gratitud y espíritu, la alegría que florece en la esperanza de Cristo. De la oración asidua de acción de gracias mana la alegría interior y con ella la paz de todo el ser. La esencial tensión escatológica del cristianismo no se realiza en una actitud de angustia nerviosa: san Pablo se muestra como maestro de serenidad y de orden. Por eso les dice a los fieles de la Iglesia de Tesalónica que pongan a prueba a quienes manifiesten don o carisma de «profecía», y que sólo acepten a los auténticos.

La lectura del evangelio de san Juan comienza por un breve inciso destacado de su prólogo (1,6-8). La infinita virtualidad de simbolismo que encierra el concepto de «luz» que se aplica en Israel a Dios, a su Palabra, al Mesías. En este sentido, fe es aceptar la luz. La misión del Precursor consistió en señalar, como testigo, que la luz infinita se había hecho presente entre los hombres bajo la humildad de Cristo.

El resto de la lectura evangélica (1,19-28) refiere resumida la contestación del Bautista al interrogatorio que, con tono severo, le formulan algunos dirigentes del pueblo. Juan Bautista define sin equívocos el límite de su personalidad: él no es el Mesías (como pensaban algunos), ni Elías revivido, ni el esperado Profeta escatológico. Juan supo mantenerse siempre en su lugar. Pudo aprovecharse de los que le preguntaban y dejarse proclamar Mesías. Muchos antes y después de él así lo hicieron. Juan sabe su tarea y su misión y permanece fiel a ella: no es el Mesías, sino un testigo suyo. Estas expresiones lo ennoblecen y son, a la vez, una respuesta a sus discípulos para que se integren en la verdadera Iglesia de Jesús. Los liderazgos en la Iglesia no deberían existir, nos enseña Juan. Uno sólo es el Señor y uno sólo es el Maestro. Todos los demás son hermanos.

Llama luminosa y ardiente (Jn 5,35), toda la existencia del Bautista se consume en ser grito de la proximidad de Cristo. Más aún, de su presencia: «en medio de vosotros está el que vosotros no conocéis…». Testigo de una Luz que el mundo no ve, Voz de una presencia que muchos no sienten, invitación al camino que abre el horizonte de la auténtica luz: programa de vida que tantos a quienes el Espíritu, hoy y siempre, inspira la excelsa renovación de ser, entre sus hermanos, «precursores de Cristo».

Ángel Fontcuberta

 



al ritmo de las celebraciones


El Tiempo de Adviento (3)

Tercer Domingo: Domingo «Gaudete». Aparece de nuevo la figura del Bautista, el testigo de Luz (cf. Jn 1,7- 8). Los evangelios de este domingo recogen el testimonio de Juan atento a los signos de la llegada de los tiempos mesiánico descritos por los profetas. El motivo de la alegría («gaudete»: «estad siempre alegres» – cf. antífona de entrada-) es la proximidad del nacimiento del Señor. La asamblea pide «llegar a la Navidad, fiesta de gozo y salvación, y poder celebrarla con alegría desbordante» (oración colecta). Juan el Bautista es presentado como el guía que conduce a la humanidad a Cristo, el profeta que precede al que es el Ungido por el Espíritu de la manera más plena (primera lectura Ciclo B: Is 61,1-2.10-11). El resto de las lecturas dominicales insisten en las actitudes de los que esperan la venida de Señor (segunda lectura Ciclo A y B: Sant
5,7-10; 1Tes 5,16-20), con la llamada a la penitencia para poder salir limpios a recibir al Rey supremo.

Cuarto Domingo: anuncio de la Encarnación del Señor. Este Domingo intenta centrar las miradas de los fieles en tres mensajes que anuncian que el Hijo de Dios, toma carne en el seno de una Virgen: el ángel le dice a José los nombres de Jesús («Dios salva») y Emmanuel («Dios-con-nosotros») y que ha sido concebido por obra del Espíritu Santo (Evangelio ciclo A: Mt 1,18-24); el ángel que enviado a María recibe su consentimiento para comenzar la obra de la salvación (Evangelio Ciclo B: Lc 1,26-38); y finalmente, Isabel, llena del Espíritu Santo, proclama la presencia del Señor en el seno de María (Evangelio Ciclo C: Lc 1,39-48). María es el nuevo tabernáculo del Altísimo al acoger en su seno la presencia divina del Hijo de Dios. Los que celebran la Encarnación del Verbo se convierten en portadores de Cristo al contemplar su participación litúrgica en el misterio por medio de la recepción de la eucaristía.

Las Ferias del Tiempo de Adviento se dividen en dos etapas: las ferias hasta el 16 de diciembre y las ferias del 17 al 24 de diciembre. Las ferias hasta el 16 de diciembre centran su atención en Aquel que es, que era y que ha de venir (cf. Ap 1,8). Las celebraciones se realizan en un clima de esperanza y expectación ya que los creyentes saben que un día se manifestará no solamente Jesús, Hijo de Dios y Salvador nuestro, sino también nuestra propia condición filial divina (cf. 1Jn 3,2).

Las ferias del 17 al 24 de diciembre preparan inmediatamente a la Navidad. La venida del Hijo de Dios, su nacimiento en nuestra carne, es la respuesta histórica a una larga espera y, a la vez, seguridad de que la última venida también se realizará. La celebración de la Navidad acentúa la esperanza de la Iglesia, ya que la primera venida ha hecho posible que podamos disfrutar de manera anticipada («como en un espejo»: cf. 1Cor 13,12) y bajo el velo de los signos, lo que un día se manifestará del todo.

 
Ángel Fontcuberta

 

Para la Semana

Lunes 15:
Núm 24,2-7.15-17a. Avanza la constelación de Jacob.

Sal 24. Señor, instrúyeme en tus sendas.

Mt 21,23-27. El bautismo de Juan ¿de dónde venía?
Martes 16:
Sof 3,1-2.9-13. Se promete la salvación mesiánica a todos los pobres.

Sal 33. Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha.

Mt 21,28-32. Vino Juan, y los pecadores le creyeron.
Miércoles 17:
Gn 49,1-2.8-10. No se apartará de Judá el cetro.

Sal 71. Que en sus días florezca la justicia, y la paz abunde eternamente.

Mt 1,1-17. Genealogía de Jesucristo, hijo de David.
Jueves 18:
Jer 23,5-8. Suscité a David un vástago legítimo.

Sal 71. Que en sus días florezca la justicia, y la paz abunde eternamente.

Mt 1,18-24. Jesús nacerá de María, desposada con José, Hijo de David.
Viernes 19:
Jue 13,2-7.24-25a. El ángel anuncia el nacimiento de Sansón.

Sal 70. Que mi boca esté llena de tu alabanza y cante tu gloria.

Lc 1,5-25. El ángel Gabriel anuncia el nacimiento de Juan Bautista
Sábado 20:
Is 7,10-14. Mirad: la Virgen está encinta.

Sal 23. Va a entrar el Señor, él es el Rey de la gloria.

Lc 1,26-38. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo.