San-Esteban-Icono-moderno-300x387No creo en los héroes de la última hora, esos que al final de sus días son capaces de defender sus ideales más por arrestos que por principios. Me explico, ante el pelotón de fusilamiento el héroe se comporta con más orgullo que Don Rodrigo en la horca, como reza el refrán castellano, que hace alusión a un hidalgo español llevado al cadalso y, aunque era tipo sin escrúpulos, manifestó una valentía sin precedentes. Ante la ocasión de morir de forma inminente, a uno le pueden llevar en andas mil pasiones, como la soberbia, la tozudez o la arrogancia.
Más que en el héroe del arrebato yo creo en el mártir de los días laborables. Estos no son personajes de viñeta, sino tipos de una pieza. Su vida la tienen entregada a Dios en alianza y sellada en lo cotidiano. La conducta de un mártir como San Esteban, fiesta que celebramos hoy 26 de diciembre, no es fruto de una mutación, sino la consecuencia de una vida gastada. Lo propio es que todo hombre muestre su corazón en la cotidianidad y vaya dejando un historial de conducta tras de sí. Un caso bien conocido es aquel gesto final que San Maximiliano Kolbe realizara en Auschtwitz.
El 3 de agosto de 1941, un prisionero se fuga del campo de concentración, cosa inusitada. En represalia, el comandante responsable escoge un puñado de prisioneros para ser condenados a morir de hambre, entre ellos un sargento, casado y con hijos. Maximiliano no contaba entre los diez candidatos pero se ofreció porque era sacerdote, y a él no le esperaban mujer e hijos. Pero esta acción no fue un brote de delicadeza de última hora, sino el último eslabón de una aventura espiritual que se inició ciñéndose el cordón de San Francisco con 16 años.
No hay que asustarse con la palabra «mártir», que parece llevar espinas entre las vocales. A veces la desenfocamos tanto que la hacemos despectiva, «ése va de mártir», porque parece que le gusta hacerse la víctima. El verdadero mártir, no el de cartón, es el que calla pudorosamente su pasión por Dios, lo guarda celosamente, lo lleva en su pecho y con Él dialoga, convirtiéndose él mismo en oración (Thomas Merton). El mártir da sin saber y a espuertas. Recuerdo cuando Paloma Gómez Borrero me contaba una anécdota de San Juan Pablo II. Durante el regreso en avión de uno de sus agotadores viajes, alguien se le acercó a la ventanilla y le preguntó si estaba cansado. La respuesta del Papa fue, «no lo sé». Exacto, el que es mártir, no lo sabe. Lleva su vida tan en salida, que en él confluye el ser y el darse hasta el extremo.