San Agustín tiene un comentario al evangelio de este día que es muy sugerente. Sugiere que el Jesús dormido en lo hondo de la barca es signo de que Jesús duerme en el alma de los fieles. Dado que Jesús no sucumbe al sueño si él no quiere, porque es Dios, cabe interpretar que se durmió porque los apóstoles no le prestaban atención. Es posible que dejaran de darle conversación o que, ocupados por las tareas de navegación, se olvidaran de él.

Hoy celebramos también la memoria de san Juan Bosco. Precisamente este año se cumplen hace doscientos de su nacimiento, aunque la efemérides será en agosto. Este santo supo acercarse a los jóvenes de su tiempo y llevarle la alegría del evangelio de que tanto nos habla el papa Francisco. Al recordarlo caigo en la cuenta de que él no dejó a Jesús dormido en el fondo de su corazón ni consideró que las dificultades de su tiempo eran un impedimento para la evangelización. Por el contrario no dejó de complicarse la vida y de hacer buenas obras. El mismo Jesús que domina los elementos de la natiuraleza y hace callar a los vientos y apacigua las olas, nos abre camino cuando deseamos servirle de corazón.

¡Nos olvidamos tan fácilmente de Dios! Incluso cuando estamos enfrascados en tareas apostólicas. Es entonces cuando Jesús duerme. No es que esté cansado, sino que lo hemos dejado solo, porque el Evangelio muestra muy bien que cuando los apóstoles lo llaman Él acude presuroso y calma la tormenta. Pero además los reprende. No era yo el que dormía, sino vosotros, que no tenéis suficiente fe: ¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?

San Agustín recuerda que la barca a veces puede ser la cruz, es decir, los momentos de dificultad por los que pasamos. Hay sufrimientos y tentaciones que provocan una gran crisis en nosotros. Entonces, parece que Jesús duerme. En otras ocasiones, la barca designa a la Iglesia. En cualquier caso, hay que hacer lo posible para no olvidarnos de Dios. Trucos los hay a millares: los signos religiosos en nuestra casa o en el lugar de trabajo, las jaculatorias que podemos repetir en cualquier momento, una estampa deslizada como punto de lectura o un libro de los evangelios puesto a la cabecera de la cama. Cada cual conoce de qué recursos puede disponer. Son útiles para que Jesús no se duerma. El mismo santo Padre de la Iglesia pone un ejemplo. Dice que quizá alguien nos ofende y entonces nos vienen ganas de vengarnos. Cuando sobreviene, esa tentación es como el mar embravecido de que habla el evangelio. Las olas de la ira o el viento de la cólera pueden desorientarnos profundamente y alimentar ese deseo de venganza, es decir, pueden hacer zozobrar nuestra barca de la vida cristiana. Entonces hay que despertar a Jesús y volver a acordarse de Él, esto es, hay que reanimar la fe. Cuando esto sucede, caemos en la cuenta de que el perdón es superior a la ofensa y de que el mal sólo puede vencerse con abundancia de bien. Podemos aplicar este ejemplo a cualquier otra tentación.