Hug

Esto no es normal, no por infrecuente, sino por imposible. Me refiero a un perdón incondicional tan desmesurado. Un perdón que nace de la solicitud del agraviador, y el agraviado inmediatamente lo indulta. Eso es lo que hace exactamente el rey del Evangelio de hoy con uno de sus empleados. “Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo pediste”. Léase de nuevo, sencillamente te perdoné “porque me lo pediste”. Es como si el Banco Central Europeo le dijera a Tsipras, “mira toda la deuda que habéis acumulado os la perdonamos porque nos lo habéis expuesto y, oye, nos ha parecido bien. En las procelosas aguas del cara a cara personal, tampoco la cosa funciona así. Los perdones, si es que llegan, han recorrido todo un itinerario de pruebas que ni los trabajos de Hércules. Hace falta que el agraviador baje el pico y se someta a la tortura que le exige la parte afectada. En Dios el perdón nace de la petición, y basta. Por eso el Evangelio es la solicitud permanente de Cristo por cumplir los deseos de los que ni se atreven a hablar, los ciegos, los leprosos, “¿qué quieres que haga por ti?, porque cuanto salga de tu boca estoy dispuesto a llevarlo a cabo”.

Leo estos días el celebérrimo diario de Cesare Pavese “El oficio de vivir”. El itinerario creativo y personal que dejó por escrito durante los últimos 15 años de vida. El escritor jamás llegó a perdonarse que la chica de la que estaba enamorado se casara con otro. Ni se lo perdonó a ella ni se lo perdonó a sí mismo. Tan es así, que se supo desgraciado desde entonces, marcado, agraviado, como perdido. Así lo escribe de una forma bella pero tristísima, “he sido juzgado y declarado indigno de continuar. Ya nunca será capaz de templarse. “Sólo así se explica mi vida actual de suicida”, y es lo que ocurrió a la postre. Pavese, catorce años antes de quitarse la vida, ya adelanta que vivirá la estéril prolongación de un dolor no superado.

Pero todo el que busca perdón lo encuentra, el que pide recibe, el que insinúa una necesidad, Dios lo oye. No existe una vida condenada de antemano por el mal de ojo. A nosotros, que siempre hacemos las cosas a medias y somos vencidos por el desánimo y la aspereza, saber que se nos promete un perdón garantizado por el amor, es ya una salvación en vida. No hace falta hacer más méritos en lo ordinario que ponerse a amar mucho. “Porque me lo pediste me volqué sobre ti, y recuerda que mi medida será siempre colmada, rebosante, remecida”