imageDedicar la vida a recoger las cosas más pequeñas, las que parecen inútiles, es la vocación escondida de todo cristiano.Los aires de grandeza entontecen y hacen perder el sentido del gusto por lo cierto.

Hoy he visto «Enrique VIII y la cisma de Inglaterra», la obra de teatro tristemente olvidada de Calderón de la Barca, en el Teatro Pavón de Madrid. En las tablas no sólo se mueve la pasión frenética de un monarca, sino la ambición del cardenal Wolsey, capaz de llegar a lo más alto por el hecho de verse allí, en la cúspide, poniendo su bandera. Qué ambición, en el fondo, más breve. Y ojo, que todas las ínfulas de grandeza tienen el mismo perfil de ser breves y ridículas.

El Señor nos habla de atender a las cosas que se pierden, las minúsculas, las tildes, las comas, las monedas perdidas, la media moneda que se echa al cesto, las minusvalías, las ovejas amedrentadas, porque en ellas hay una escondida felicidad. Pero advertir lo pequeño no es un asunto de tamaño. Es que parece que hemos llegado equivocadamente a la conclusión de que lo mayor es sinónimo de mejor, vamos, que si has visto un bosque de secuoyas, has visto árboles de verdad, y no esas encinas castellanas. Lo pequeño tiene más que ver con el pudor de lo escondido.

Las cosas que por naturaleza han nacido para durar, parecen permanecer en silencio, más adentro, inadvertidas. Como el alma, que desde su invisibilidad se expresa en la risa, y en el beso. El mismo Señor era el Verbo de Dios y se guarecía en nuestro propio verbo. La Palabra aprendía a leer y a pronunciar las palabras más nuestras. Y seleccionaba las de uso frecuente, porque el Señor tenía, como todo hombre, su repertorio de frases y su manera de pronunciar. Se hizo carne, tilde, hombre inadvertido. La Eucaristía es el mismo Señor que se expresa de la forma más violentamente oculta.

Es pequeño el bebé y pequeño el que ha llegado a los 90, ambos, con su poquita voz para expresarse, tienen una vocación imperecedera. ¿Es más pequeño el trabajo de barrer que el de redactar una tesis doctoral? No. ¿La persona que padece depresión tiene una vida menos valiosa que el político en activo? No. Y conviene subrayarlo.

Desde lo pequeño la realidad se hace mayor.