Entre los símbolos de la Pascua sobresale el de la luz. Esta se difunde desde el Cirio Pascual encendido con el fuego nuevo que se bendijo en la noche santa. En casi todas las iglesia, cada día durante la cincuentena, tenemos ante nosotros la llama de este cirio que representa a Cristo resucitado y evoca una nueva luz que ilumina el mundo. En la misma Vigilia Pascual, quienes participamos de ella, pudimos encender nuestras candelas de su llama significando que queríamos que fuera su luz la que iluminara nuestras vidas. Igualmente, en las ceremonias de bautismo, se enciende una vela del cirio pascual.

El evangelio de hoy habla de la luz. Dice Jesús: “el que obra la verdad se acerca a la luz”. Estas palabras hacen surgir en nosotros el deseo de acercarnos a Cristo. Todo el evangelio de hoy muestra como hay una primacía del amor de Dios, que es incondicional e inmerecido. Pero ese amor pide ser correspondido. Correspondemos mediante la fe e intentando responder con amor a quien nos ha amado primero. Querer acercarse a Jesús, luz del mundo, significa desear que nuestra vida sea iluminada por él; poder reconocernos bajo su mirada y descubrirnos bajo su amor.

También dice el Señor: “El juicio consiste en esto: que la luz vino al mundo y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas”. En estas palabras reconocemos una llamada a volvernos hacia Cristo y a preguntarnos si hay algo que nos impide acercarnos más a él. En Jesús vamos a encontrar claridad, consuelo, fuerza, criterio, amparo, refugio, impulso para el bien… De alguna manera es como si se nos dijera que antes de fijarnos en si hacemos esto o aquello mal debemos preguntarnos si deseamos acercarnos hacia él; si sentimos el deseo de permanecer a su lado, de vivir con él; de que nuestra vida no se separa de la suya.

Dios envió a su Hijo para salvarnos, pero nos corresponde a nosotros aceptar esa salvación: decirle que sí, que estamos necesitados de su amor y que reconocemos que sólo en él nuestra vida queda plenamente liberada y encuentra su sentido. Y esto nos recuerda también las promesas bautismales, en las que renunciamos al pecado y confesamos nuestra fe en Dios. En ellas dijimos que queríamos abandonar la vida que es contraria al designio amoroso de Dios y que, conscientes de nuestra debilidad, nos entregábamos confiadamente a él. Jesús aparece como luz para que le elijamos y salgamos del mundo de tinieblas en que nos encontramos.

Estos son días en que podemos detener nuestra mirada en el cirio pascual. Allí no está Cristo presente como en el sagrario, pero se nos recuerda algo muy importante de él. Al amparo de su llama podemos reconocer mejor la bondad y misericordia de Dios para con nosotros y también descubrir lo que el Señor quiere de nosotros. La luz de Jesús también nos ayuda a ver lo que hay de mal en nosotros y a discernir el bien que podemos obrar. Es junto al Señor que hemos de construir nuestra vida. Es con Cristo que descubrimos el amor de Dios y la manera de responder a su amor amando.

Que la Virgen María nos ayude para que no caigamos en las redes de la oscuridad y nos dejemos iluminar por el Señor.