Hace unos dias nos sorprendimos con la noticia de unos jovenes echados  de una patera y arrojados al mar por sus propios compañeros de lancha, por el hecho de mostrarse cristianos. Todos buscaban un futuro mejor y arriesgaban sus vidas en la búsqueda desesperada de un nuevo «El Dorado» europeo. Pero son sus mismos compatriotas quienes al ver cómo hacían la señal de la cruz, en vez de otro gesto religioso, les condenan a un futuro de muerte.

La persecución religiosa es tan real como en el tiempo que nos narra hoy los Hechos de los Apóstoles. La palabra de Dios es viva y actual, y el evangelio de la persecución por la fe en Cristo retoma su vigencia más virulenta. Este ejemplo debe alentarnos a vivir más unidos entre todos los cristianos y acordarnos de pedir con más intensidad unos por otros. En nuestra perseverancia, en el coraje ante la adversidad, en no mostrar miedo ante quien nos exija dejar de lado nuestra fe,… es el signo del poder de Dios entre nostros. La fuerza de Dios se pone de manifiesto en este testimonio.

A pesar de estos sucesos terribles, Cristo necesita hacerse presente de nuevo en este mundo. Porque todos han nacido para llegar a El. Hoy lo dice: he venido para que nadie se pierda y llegue a la vida eterna. Su salvación sólo será posible si puede ser amado y conocido por todos los corazones, pero no podrá presencializarse si alguien no lo presenta antes con su vida. Dar testimonio de nuestra fe es el mayor servicio a la humanidad, es hacer que otros puedan llegar a satisfacer hoy la sed de su corazón y asegurarle la dicha de mañana.