IMG_1672Nos queda todavía mucha Evangelio por leer, no porque no conozcamos la vida de Nuestro Señor, que nos la sabemos, y seríamos aun capaces de reproducir un buen lote de frases de memoria, sino porque creemos que está agotado, como un pozo de petróleo que terminó su filón. Llevamos poco gusto por lo que los cabalistas llamaban «buscar la letra escondida del alfabeto», ir mas adentro, advertir lo que al Señor le gustaba, atender a sus constantes repeticiones, definir los contornos de su alma humana, su carácter y gustos, su manera de iniciar los diálogos, vamos, ese interés que se llama estar enamorado y querer saberlo todo del amado.

Lydia Davis, en una biografía muy breve sobre Marie Curie, dice que era ese tipo de personas acostumbradas a cavar en la misma zanja. Personalmente adoro este perfil de ser humano, los que miran lo pequeño y nunca lo agotan. Yo creo más en el investigador de lo menudo que en el Don Juan explorador, que no anda quieto en un sitio sin estar pensando ya donde irá al día siguiente.

Decimos muchas veces, y con razón, que tenemos que descubrir la voluntad de Dios en nuestra vida. Pero el Señor no paraba en el Evangelio de preguntar a cada persona con la que se cruzaba, «¿qué quieres que haga por ti?». Al Señor le apetecía saber nuestra voluntad para inmediatamente ponerse a ello, «quiero, queda curado». El Señor se pone a tiro de la criatura, como se pone a disposición de la voz del sacerdote cuando pronuncia las palabras de la consagración o de la absolución.

Eso pasa hoy en la lectura del Evangelio. Los hijos del Zebedeo se le acercan para hacerle una petición, se supone que lo han hablado entre ellos y están convencidos de la propuesta. El Señor, en vez de frustrarles la iniciativa, les jalea. «Se le acercaron los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, y le dijeron: –Maestro, queremos que hagas lo que te vamos a pedir. Les preguntó: –¿Qué queréis que haga por vosotros?». Como siempre, el Señor en posición centrífuga, infatigable en el darse. Lo malo es que la chulería de los suyos le desconcierta, porque no saben pedir, quieren posicionarse en la pole de salida cuando la secta de los nazarenos sea reconocida.

El trabajo más costoso de Dios con el hombre es educar nuestra petición. Él no tiene nunca prisas por sugerirnos lo que nos conviene, incluso para que nos creamos que la iniciativa es nuestra. Quizá la voluntad más clara de Dios sea que el hombre aprenda a pedir.