Poco a poco se va vaciando la parroquia. Estas tres semanas son las que menos gente se queda en Madrid y marchan a sus lugares de veraneo para su merecido descanso (bueno, algunos no se lo han merecido, pero se lo toman igual). Celebramos el mismo número de Misas que durante el curso, pero aunque baje el número de fieles más vale no hacer mucho lío de horarios. Dentro de unas semanas irán volviendo y muchos contarán donde han estado estas semanas. Casi siempre nos cuentan a la parroquia que han ido, cómo era el templo, el sacerdote, la gente de esa parroquia. Da alegría saber que cuando salen de la parroquia acuden a otra y allí, con sus diferencias y sus riquezas o pobrezas, se encuentran con el mismo Jesús en la Eucaristía. La Iglesia está para entregar a Cristo, allí donde esté, y por eso no tenemos un sentido posesivo ni celoso de los fieles, tienen que encontrarse con Cristo, no con un cura concreto. En ocasiones hay más dificultad para asistir a la parroquia allí donde estemos, pero vas a recibir lo más grande, ¿vas a despreciarlo?

«Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y un par de peces; pero, ¿qué es eso para tantos?» Hoy le cedo el comentario al entonces Obispo Vietnamita Nguyen van Thuan, preso muchos años en una cárcel vietnamita, casi todos esos años en aislamiento. Lo cuenta en su librito “Cinco panes y dos peces”, disfruta de sus palabras:

“En el barco que nos llevó al norte, celebraba la Misa en la noche y daba la comunión a los prisioneros que me rodeaban. A veces tuve que celebrar cuando todos iban al baño, después de la gimnasia. En el campo de reeducación nos dividieron en grupos de 50 personas; dormíamos en camas comunes, cada uno tenia derecho a 50 cm. Nos las arreglamos para que estuvieran cinco católicos conmigo. A las 21:30 había que apagar la luz y todos debían dormir. Me encorvaba sobre la cama para celebrar la Misa de memoria, y distribuía la comunión pasando la mano debajo del mosquitero. Fabricamos bolsitas con el papel de las cajetillas de cigarros para conservar al Santísimo Sacramento. Jesús eucarístico estuvo siempre en la bolsa de mi camisa.

Recuerdo que escribí́: «Tú crees en una sola fuerza: la Eucaristía, el Cuerpo y la Sangre del Señor que te dará́ la vida». «He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia» (Jn 10, 10). «Como el maná alimentó a los israelitas en su viaje a la Tierra Prometida, así́ la Eucaristía te alimentará en tu camino de la esperanza» (cfr. Jn 6, 50)

Cada semana tiene lugar una sesión de adoctrinamiento en la que debe participar todo el campo. Durante la pausa de descanso, mis compañeros católicos y yo aprovechábamos para pasar un paquetito para cada uno de los otros cuatro grupos de prisioneros; todos sabían que Jesús estaba en medio de ellos, El es el que cura de todos los sufrimientos físicos y mentales. Durante la noche los presos se turnaban en la adoración; Jesús eucarístico ayuda inmensamente con su presencia silenciosa. Muchos cristianos volvieron al fervor de la fe durante esos días; hasta los budistas y otros no cristianos se convirtieron. La fuerza del amor de Jesús es irresistible. La oscuridad de la cárcel se convierte en luz, la semilla germina bajo tierra durante la tempestad.

Ofrezco la Misa junto con el Señor: cuando distribuyo la comunión me doy a mí mismo junto al Señor para hacerme alimento para todos. Esto quiere decir que estoy siempre al servicio de los demás.

Cada vez que ofrezco la Misa tengo la oportunidad de extender las manos y de clavarme en la Cruz de Jesús, de beber con el cáliz amargo.

Todos los días al recitar y escuchar las palabras de la consagración, confirmo con todo mi corazón y con toda mi alma un nuevo pacto, un pacto eterno entre Jesús y yo, mediante su sangre mezclada con la mía.”

Hasta aquí las palabras del Cardenal Van Thuan. La Iglesia te da la Eucaristía: ¿Cómo vas a vivirla este verano? De la mano de María cada Misa será nueva, cada momento irrepetible, cada encuentro único.