84_4046Habría que auparles a las tarimas de las aulas para que nos dijeran cómo lo hacen. Se necesitan niños en las cátedras.

Hay que poner toda la atención en la cara del niño. Aquí no hay un ápice de torcedura. Me refiero a los niños que aún no han llegado a la edad de mentir, hora en la que les viene una madurez muy temprana y muy fea. La cara del niño dice con toda profundidad cuanto le ocurre.

Cuando eran pequeños, improvisaba cuentos a mis sobrinos con música clásica de fondo, para que tuvieran los sentidos ocupados y se les despertara la curiosidad por la música y los textos. Recuerdo que ponían una cara absolutamente ingrávida, apenas tragaban saliva, en aquellos minutos de trance expresaban cómo les afectaba la realidad. Su actitud era de una sorpresa tan absoluta que abrían todas sus puertas y ventanas a la novedad. Eso es exactamente lo que les pasa, que tienen una rotunda confianza en la realidad que con el tiempo magullamos.

Decía el músico Franz Schubert que el hombre llega al mundo con la fe, y que ésta precede con mucho a la inteligencia y al conocimiento, dado un para emprender algo hace falta creer en algo. Los niños son la prueba evidente de estas palabras. El Señor acerca a sí a todos los niños que puede para ponerlos en el centro de atención, porque en ellos no se ha injertado aún la sospecha. Una escena repetida en los Evangelios es la del Señor sorprendido por la falta de fe de los suyos, de los fariseos y de la gente a la que curaba o trataba. Al Señor debía parecerle de locos que viendo en Él la pura bondad, la libertad, el equilibrio, no se le entregaran abiertamente. Pero el caso es que no se fiaban de Él, ¿de dónde saca esa sabiduría?, ¿no viven sus parientes entre nosotros? Habían dejado de ser niños, ese era su principal escollo.

El Señor buscaba los corazones dispuestos a dejarse hacer, como el de los niños. Por eso se emocionaba cuando oía al joven rico que estaba dispuesto a dar un paso más en su vida, o cuando veía a la anciana que echaba en el cesto del templo todo lo que tenía, con una confianza absoluta en Dios. Que el niño te recuerde lo mucho que te falta por crecer.