San Lucas parte hoy, en el episodio que relata en el evangelio, de un problema con una herencia. La persona que se encuentra con Jesús, y le plantea el problema, seguro que sería el hijo más joven de una familia que no habría recibido nada de la herencia por la avaricia de su hermano el mayor; en el sistema jurídico judío el primogénito tenía derecho a heredar los dos tercios de la herencia. Esto nos suena, seguro que conocemos muchos casos en la actualidad de injusticias y enfrentamientos por las herencias.

Jesús se niega a intervenir porque los bienes materiales y el dinero no es lo más importante en la vida. Con esta actitud, el Señor nos enseña a no perder el tiempo, ni a equivocarnos con lo que no es lo primero y más importante en nuestras vidas. Nos centra en una idea principal y fácil de entender: ser ricos ante Dios.

Cuando hablamos de un tesoro siempre pensamos en lo valioso de este mundo y que los hombres hemos establecido como tal: dinero, oro, joyas, propiedades, acciones, cosas…

Y la vida, afirma Jesús, no depende de la abundancia de los bienes materiales. La disputa de los hermanos dependía en última instancia de la avaricia insaciable del hombre; esa aspiración a querer tener más. Un deseo incontenible de dinero que no encuentra donde satisfacerse. Este deseo es otra cara de la idolatría, que no nos hace la vida más segura, ni colma nuestras aspiraciones profundas, ni lleva a la auténtica madurez existencial de la persona; Jesús nos habla en la parábola del rico insensato.

Para Jesús el dinero y las posesiones no son la verdadera vida del hombre. Hay que guardarse de la codicia. Por eso nos habla de otro tipo de tesoro más valioso e imperecedero, más allá de lo material: ser rico ante Dios. Es una expresión misteriosa para nosotros, pero que en el fondo intuimos a que se refiere. Más adelante, Lucas lo aclarará: las obras de caridad con el prójimo son el auténtico tesoro.

No sabemos el día ni la hora en el que nos moriremos y el Señor vendrá para resucitarnos a la Vida. Es ahí cuando necesitaremos presentarle nuestra existencia como su proyecto realizado en nosotros, como personas que hemos querido vivir. San Pablo en la primera lectura nos da testimonio de como para él esta vida ha sido fundamentada y vivida por su confesión de fe en Cristo resucitado. Esta fe le ha llevado a vivir la caridad con los demás, a reforzarla en la Palabra de Dios y a acoger como Abrahám lo incomprensible humanamente de muchas situaciones, de circunstancias y del misterio de Cristo y de su Iglesia.

Abandona el enriquecimiento egoísta y obsesivo en el que estas. Deja los sueños engañosos de recibir tal herencia o que te toque la lotería, o la primitiva o el euromillón, con el que supuestamente harías maravillas y solucionarían tu vida, porque no sería así. No dejes de enriquecerte ante Dios. Verás lo que sucede de verdad.