Todo en tu vida cambia cuando te encuentras con el Señor. No es de repente, sino un proceso que se va desarrollando durante el resto de tu vida. Por eso, no hay que quedarse en el sitio, o dormirse en los laureles creyendo que ya lo sabes todo, que ya has recibido todo, que ya no hay nada que aprender de nuestra religión o nada que hacer. El tiempo o la rutina nos puede poner en peligro de caer en este círculo vicioso en nuestra vida cristiana. Y no sólo a los laicos, sino también a los que tenemos responsabilidades en la comunidad, en la Iglesia y en la sociedad.

Jesús en esta tercera parábola de la semana se refiere a los jefes del pueblo de Israel. El ministro prudente debe permanecer fiel a su tarea, si descuida su servicio para con los demás, será castigado. La comunidad cristiana tiene una sola cabeza y un solo Señor, Jesucristo. Todos los demás, aunque ocupen puestos de responsabilidad, son servidores y hermanos. ¿A cuantos no se les ha olvidado esto? Y es que uno no puede ser simultáneamente esclavo de dos realidades contrapuestas, nos señala Pablo en la carta a los Romanos. Como los cristianos estamos ya al servicio de la salvación, no podemos estar al mismo tiempo al servicio del pecado.

¿Cómo podemos hablar de esclavos si Cristo nos ha liberado? Si, porque la auténtica libertad consiste en que nadie nos impida consagrarnos plenamente a Dios (Rom 6, 9) y en hacernos esclavos los unos de los otros por amor (Gal 5, 13). No podemos vivir en un absoluto aislamiento; es preciso depender de alguien, compartir la vida con alguien. Lo importante es elegir bien quien es ese alguien al que queremos entregarnos en la vida y en la muerte. Pablo ha elegido a Cristo Jesús, los cristianos lo hemos hecho también. Por tanto, vive entregado y conforme a quien has elegido, reconociendo que todo el proceso salvador de nuestra vida es don gratuito de Dios, que desde el comienzo hasta el final (la vida eterna) es pura gracia.

Los pastores, igual que los seglares, debemos vivir transformados por la elección de Cristo, para servirnos los unos a los otros, como humildes siervos del Señor. La elección no es un privilegio sino una responsabilidad acrecentada. Por tanto, es mayor la responsabilidad que tienen ante Dios los que podemos llamar los líderes de la Iglesia. La última afirmación del evangelio de hoy se aplica tanto a los responsables de la comunidad cristiana, como a todos los que hemos recibido dones materiales y espirituales ¿Te sientes responsable? ¿Vuelves de la muerte a la vida?