Es muy importante para nosotros y para nuestras vidas darnos cuenta que nuestros actos, tarde o temprano serán juzgados. La verdad es que, aunque en el ambiente general todos estemos influenciados por una serie de ideas infantiles o inmaduras de que nunca te juzgarán si no te pillan, o de que te puedes librar si consigues ocultar lo que haces muy bien, estas ideas vienen de una concepción de la vida secularizada en la cual Dios no existe y los únicos que existimos somos los hombres. Así podemos explicar las complicadas tramas de corrupción o de delincuencia que existen para evitar que la justicia les pillen en sus malos actos y hacer lo que quieran sus autores para el beneficio propio. Cómo si el mal o el bien dependiera de si se sabe o no lo que has hecho, de una lotería controlada por los hombres.

En el evangelio de hoy de San Lucas, Jesús alerta de la urgencia de convertirse ¿Por qué? Porque tarde o temprano llegará el juicio de Dios. Todo será juzgado por el único que puede hacerlo sobre todo.

Todos los hombres necesitamos convertirnos a los caminos del Señor porque somos pecadores. Porque como viene diciendo San Pablo toda esta semana a los romanos, la tendencia de la carne es rebelarse contra Dios; no sólo no se somete a la ley de Dios, ni siquiera lo puede. Y los que viven sujetos a la carne no pueden agradar a Dios. Sabemos que cuando Pablo habla de carne lo hace en oposición a espíritu, en una oposición moral; utiliza el término carne para designar todo lo que hay en el hombre de pecaminoso, de oposición a Dios. Podríamos decir en equivalencia: los apetitos desordenados. Y con el término de espíritu, designa todo lo que hay en el hombre de apertura a lo divino, en cuanto a su comportamiento cristiano.

La parábola de la higuera ilustra las oportunidades que Dios nos concede en nuestra vida para que nos convirtamos. El es paciente e intenta cuidarnos para que cambiemos y aprovechemos las oportunidades. Lo he experimentado directamente y con numerosas personas que han compartido conmigo la historia de su vida y como están aprovechando las oportunidades para cambiar a mejor. Para todos nosotros, todavía es tiempo de arrepentimiento, no podemos desaprovechar esta paciencia de Dios que brota del amor por nosotros y de la confianza que tiene en el hombre: en lo que valemos y en lo que podemos llegar a ser con su ayuda.

Pero este tiempo no es infinito. No juguemos. Tiene la caducidad de esta vida, y perderlo, es de tontos y temerarios porque sus consecuencias son claras: si no, la cortas. Vosotros no estáis sujetos a la carne, sino al espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en vosotros. Jesucristo me salva me ayuda a ordenar mis apetitos poniendo a Dios como lo primero, amándole a Él por encima de todo. Y, poco a poco, amando ordenadamente todo lo demás. Así nos va transformando, nos vamos convirtiendo a una vida auténtica, mucho mejor, que tanto buscamos y deseamos. El Espíritu que resucitó a Jesús habita en nosotros desde nuestro bautismo (si no lo echamos) y se fortalece su presencia en nosotros gracias a la Palabra y los sacramentos (especialmente la confirmación). El hace posible la unión con Cristo Jesús que nos libra de la ley del pecado y de la muerte, haciéndonos tender a lo espiritual.