Hay una realidad en nuestra vida que a algunos les cuesta mucho tiempo darse cuenta de ello: la verdad no se nace sabiéndola o conociéndola. El conocerla suficientemente cuesta toda una vida si se va por buen camino y no te desvías de el. Por tanto, hasta que la conocemos somos, en cierto modo, unos “ciegos”. Hay que ser humilde para reconocerlo y actuar en consecuencia. Hoy en día esto no es común. Hay mucha soberbia en el ambiente, y muy pocos reconocen que no sabemos nada, o que todavía son unos ciegos en la vida. Si no, poner ciertos canales de la televisión y ver a los “licenciados en todología” que hablan de todo y de todos, porque lo saben todo. Es necesario aceptarlo, porque si no, nunca podremos seguir el camino correcto para abrir los ojos, para conocer la verdad.

Os comparto esto, porque a medida que las experiencias de la vida te van enseñando en el tiempo, cada vez, te vas dando más cuenta de que sabes menos de los que creías, y que llevarlo con humildad, te ayuda a aprender, ha buscar mejor y a saber como hacerlo adecuadamente.

La experiencia de los protagonistas del evangelio de hoy no es sólo la de un milagro que devuelve la vista física a un hombre ciego. Es la experiencia de la luz de la fe que ilumina y vence la oscuridad de la vida de un hombre, y la transforma drásticamente para bien. Es la experiencia de un desterrado, de un expulsado de su “tierra” (familia, amigos, sociedad…) que era la situación de un ciego en los tiempos de Jesús; alguien sin posibilidades, sin futuro, sin poderse valer por sí mismo, sin dignidad como persona, que abandona esta situación (soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús). Acercándose a Jesús, entra la luz en su vida que brota de su interior, donde el Señor habita (anda tu fe te ha curado) y regresa al ambiente al que pertenece; recupera el lugar en el mundo que le corresponde, recupera su dignidad. Como los israelitas en la primera lectura del libro de Jeremías volviendo del destierro.

Pero, nos sorprende el versículo final: y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino. La fe ha crecido en Bartimeo y está madurando. Ahora lo entiende más, ahora ve de verdad, ve la Verdad. Y es gracias a Jesucristo: Él es la Verdad. Por eso le sigue, y lo hace por el camino que El le va indicando, para ver cada vez más y como le paso al pueblo de Israel, liberarse de la esclavitud, ser libre. Ahora no está sólo. Camina junto a otros que también están “recuperando la vista”, son los discípulos, la comunidad creyente, que ha colaborado con Jesús en el milagro (Jesús se detuvo y dijo: – «Llamadlo.» Llamaron al ciego, diciéndole: – «Ánimo, levántate, que te llama.»).

Igual que nosotros. Seguimos a Jesús y lo hacemos en la comunidad cristiana, en la Iglesia. Estamos recuperando la vista con la luz de la fe que crece cada día más en nosotros y nos ayuda a interpretar la vida desde la Verdad, para vivir de verdad. No estamos solos. Tememos a los hermanos y a los pastores (Él puede comprender a los ignorantes y extraviados, ya que él mismo está envuelto en debilidades) que nos guían y acompañan en el nombre de Cristo y por mandato de Él (Dios es quien llama). Y tenemos una misión para colaborar con Él.

¿Eres consciente de esto? ¿Te sientes sólo, en la oscuridad, esclavo? Salta del borde del camino y ven. Te estamos esperando. La Iglesia es tu casa. Síguele por el camino.