LloraJoseJesús se echa a llorar sobre Jerusalén. No es una mera acción de pasión atávica por el terruño que uno hereda de sus padres. Hace años vi una película sobre la vida del compositor Federico Chopin. En una triste ocasión en la que el músico tenía que alejarse de su patria, un familiar le regala un puñado de arena polaca y le dice, «aquí tienes tierra de tu tierra, para que no la olvides». En el Señor no existía tal pasión territorial. Que Jesús sintiera una atroz tristeza sobre la ciudad santa, expresa una grave lamentación por la desobediencia en la que sus habitantes han caído durante generaciones. Dios ha estado persiguiendo amorosamente a un pueblo elegido por pura gratuidad, que siempre se le ha mostrado esquivo, como un hijo adolescente y faltón.

La imagen que Jesús nos regala es de una poesía tan tierna que estremece, «¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como la clueca reúne a sus pollitos bajo las alas! Pero no habéis querido. Vuestra casa se os quedará vacía». Cuando Juan Pablo I pronunció aquello de que «Dios es un padre con corazón de madre», se ejemplifica magníficamente en las palabras del Señor. Dicen los neurocientíficos y los especialistas en antropología, que toda madre es hacedora de nido, la que pone en funcionamiento las agujas del reloj del hogar, la que sabe lo que pasa por dentro de los actores de esa trama diaria que se llama familia. Lo mismo el corazón de Cristo, tan sensible, se vuelve vulnerable ante el desplante de quienes se ausentan de su cariño. Además, la expresión del Maestro es manifiestamente poética.

Para aquellos que quieren conocer más a fondo la geografía interior de Nuestro Señor, advertirán que veía al ser humano con pasión y expresaba ese entusiasmo con las imágenes más elocuentes. La poesía es una forma literaria de velar en imágenes una realidad que, por su profundidad, se escapa del lenguaje común. María Zambrano hablaba de que había que usar una «razón poética» para comprender el mundo, su misterio, sus meandros de invisibilidad que se agitan tanto por alcanzar la trascendencia. Así era el Señor, cada lugar, cada persona, cada tiempo llevan tal densidad que las palabras cotidianas no alcanzan toda la profundidad. Si quieres ir cerca del Maestro tendrás que acostumbrarte a su manera de mirar el mundo y sentirlo con una finura tan extraordinaria.