Noli me tangereNo vayas a pensar que la ironía es un invento del ciudadano ilustrado, una cualidad que nació en la época de las luces cuando el hombre por fin se desmarca «de ese tiempo de oscuridad que fue la Edad Media». En el Evangelio de hoy el Señor muestra mucha más ironía que el barón de Charlus, ese personaje de Proust que siempre picoteaba en lugares ingeniosos. El Señor dice a los que andan espiándole, para cazarle en algún desacuerdo con la ortodoxia hipócrita de los fariseos, que si es válido o no curar en sábado.

Obsérvese que en una sola frase Jesús yuxtapone el vicio en la mirada de los fariseos, les dice si el bien es preferible a cualquier norma que constriña su ejercicio y, además, añade si el milagro es posible en la tierra, «la curación». No me extraña que los judíos de su época se quedaran mudos y confundidos, porque esa ironía les imponía una reflexión ineludible sobre su propia vida. Tras la ironía, el Señor nos dice a cada uno si es posible que nos dejemos alcanzar de cerca por Él.

Hasta entonces, las religiones eran relaciones en lejanía. Los adoradores de las divinidades incas, los moradores del Machu Pichu, litigaban con ellas para llegar a un acuerdo de conveniencia. Ellos ofrecían sus sacrificios a cambio de buenas cosechas y la evitación de toda tormenta capaz de arruinar la labor de todo un año en los cultivos. Los judíos sí que hablaban con un Dios celoso que los amaba, que se volvía de nuevo hacia ellos si estos se escapaban. Sin embargo era el Altísimo, el Dios de las alturas, al que había que decirle que inclinara su rostro sobre el pueblo.

Jesús está diciendo a los que le oyen que Él es el Altísimo que cura de cerca, un Dios a disposición del hombre, para curarle sus torpezas espirituales, las heridas. Como dice Miguel Hernández en un poema bellísimo sobre la Eucaristía, «Dios para nuestro uso por el polvo ilustrado». Christian Bobin, escritor y pensador francés de vanguardia, ha publicado un libro en el que expresa esa diferencia entre Cristo y el resto de religiones. A Él lo denomina el «Bajísimo». Cuando estemos más cerca de Navidad celebraremos esta distancia rota entre el más allá y ese más acá tan pedestre y aparentemente tan vulgar. Cristo usa de una ironía, casi de una greguería a lo Ramón Gómez de la Serna, para gritarnos, «Yo puedo curarte de cerca, déjate»