El texto de Isaías que hoy proclamamos en la primera lectura habla de una promesa que se refiere a los tiempos mesiánicos. Se habla de un descendiente de la casa de David (renuevo del tronco de Jesé), que recibirá el espíritu del Señor. Y se enumeran los dones del Espíritu Santo. Y también señala lo que vendrá con ese rey, que es una paz como nunca se había conocido. De ahí esas imágenes en las que el niño puede jugar con la hura del áspid oque el león pacerá junto al buey. Esas imágenes del oráculo apuntan a Jesucristo, en quien se cumple la profecía.

El Evangelio de hoy nos presenta a Jesús exultante “de la alegría del Espíritu Santo”. Él es el Mesías esperado, que viene a traer la verdadera reconciliación y la paz. El desorden introducido en el mundo como consecuencia del pecado va a ser corregido por su acción redentora. La profecía apunta a dos momentos: la encarnación del Hijo de Dios (descendiente de la casa de David) y a los tiempos finales cuando su obra salvadora se manifestará con total plenitud.

La profecía de Isaías nos ayuda a introducirnos en el tiempo de Aviento. Durante cuatro semanas se nos invita a fortalecernos en la esperanza. Esperamos porque se nos ha dado una promesa y avanzamos guiados por la certeza de que esta se va a cumplir. Pero, la esperanza cristiana también se caracteriza porque experimentamos un acompañamiento. Dios que hablaba a través de los profetas también les iba mostrando su cercanía. A veces actuaba liberando a Israel de sus enemigos; en otras ocasiones le exhortaba a cambiar su comportamiento,… Así, aunque aún no se cumpliera todo lo que se había anunciado el pueblo de Israel sabía, sin embargo, que Dios no les iba a defraudar. Ello había de llevarlos a buscar como cumplir mejor la voluntad de Dios y a perseverar en la guarda de la Ley y en el culto y la oración.

Al inicio de este bello tiempo de Adviento nos conviene pensar en ello. Dios nos ha hecho una promesa. No sólo nos disponemos a recordar que hace unos dos mil años Jesús nació en Belén. También, y de ello hablan los prefacios de la misa de estos días, nos queremos preparar para la segunda venida de Cristo. Y, el hecho de recordar con fe que Jesús nació en Belén nos lleva a crecer en la fe en todo lo que él nos ha enseñado.

La certeza de que el Señor cumple sus promesas nos llena de alegría y de esperanza. Tanto la alegría como la esperanza tienen como característica que estimulan el espíritu. De alguna manera liberan nuestras fuerzas y, como nos llenan de sentido, nos impulsan a cosas más grandes. Así, una de las características del Adviento es que se dilata nuestro corazón. Así, es un tiempo muy adecuado para que procuremos hacer más obras de caridad, para incrementar el tiempo de la oración, para ser más cuidadosos en la práctica de la liturgia y en tantos detalles que podeos tener con el Señor. Apoyados en la alegría y en la dulce contemplación del amor de Dios que se abaja hasta nosotros, es mucho más fácil que nuestra vida espiritual cobre un gran impulso.

Que la Virgen María y san José nos ayuden a meditar en las promesas del Señor y que así nos preparemos mejor a recibirlo.